William
Faulkner, el autor de El ruido y la furia, declaró en una ocasión que cuando
empezó a escribir para la industria del
cine por primera vez, creyó ver en ella una pequeña mina de oro que le
permitiría trabajar a gusto. Pero con lo que el escritor sureño se toparía
sería con una experiencia poco placentera en los estudios hollywoodenses.
Sus
constantes desencuentros con la industria no obstante, no impidieron que el
premio Nobel fuera el responsable de los guiones de Vivamos hoy (1933), Tierra de faraones (1955) y El
sueño eterno (1946), película basada en una novela de Raymond Chandler y
adaptada por Faulkner; aunque el creador de Yoknapatawpha dejó poco después el
séptimo arte porque aseguró que perdería todo el potencial de escritor si hacía
un tratamiento o un guión más.
No hay
duda de que el cine y la literatura tienen una relación especial, a veces
incluso de amor- odio, pero cuyo propósito es el mismo: contar una historia. Y
por tanto, no es curioso encontrar a directores de cine que dan el salto al
papel o escritores que decidan ponerse tras las cámaras o en la creación de un
guión.
Hay más
casos famosos como el de Faulkner, por ejemplo está el de Francis Scott
Fitzgerald, quien escribió una multitud de guiones, muchos de ellos sin darle
el crédito correspondiente, entre los que destacan Un yanqui en Oxford (1938),
Tres camaradas (1938) y La última vez que vi París (1954); Fitzgerald no quedó
satisfecho con la industria y llegó incluso a escribir una sátira de la misma
en El último magnate.
Pero no
todos los escritores han padecido a Hollywood. Ahí está el caso de John
Steinbeck, cuyas obras han tenido grandes adaptaciones a la gran pantalla como
es el caso de Las uvas de la ira (1949) de John Ford. Además, en La perla
(1947) dirigida por el mexicano Emilio Fernández, Steinbeck primero escribió el
guión para la cinta y después hizo la versión en novela.
Y en el
caso de los escritores-cineastas, destaca el norteamericano Paul Auster, el
realizador de Smoke (1995) y escritor de Leviatán. Están también Alberto
Fuguet, autor de Sudor y director de Se arrienda (2005); Miranda July quien
decidió también ser escritora,
recientemente publicó El primer hombre malo, tras una sólida carrera
como cineasta: su filme Tú, yo y todos los demás (2005) recibió un premio
especial del jurado del Festival de Cine de Sundance; Ray Loriga, escritor de
Tokio ya no nos quiere y director de La pistola de mi hermano; David Trueba,
realizador de La buena vida (1996) y autor de Érase una vez; entre otros.
Incluso
hay autores de mayor éxito comercial que han dado el salto a la silla de
director como Stephen King, quien dirigió la cinta de terror El hospital de los
muertos. O, por el contrario, que se han pasado a la hoja en blanco como
Guillermo del Toro quien trasladó el aura de terror que impera en sus filmes a
su saga de vampiros, la “Trilogía de la oscuridad” coescrita con Chuck Hogan.
Y la
lista sigue. Están los escritores que prefieren involucrarse en la adaptación
al cine de su obra porque así pueden verificar que se respetará la esencia de
la misma; o quienes han optado por una carrera de guionistas que les permite
obtener otros ingresos; y están quienes simplemente aman los dos artes. Sin
embargo, sea la razón que fuese, esa fascinación que algunos cineastas sienten
por las historias en papel nos ha dejado y nos dejará grandes obras.
Langosta literaria
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