Giosuè Carducci nació en Versilia, en Valdicastello Carducci en Pietrasanta. El primer premio Nobel de literatura italiana.
Dr. Michele Carducci, licenciado en química a la
Universidad de Pisa en 1833, fue contratado por la empresa que dirigió las
minas de Valdicastello, por la asistencia de los mineros y se vio obligado a
estar siempre en el lugar en las horas en que las minas brillaban. Y por eso se
vio obligado a mudarse al país.
El 30 de abril de 1834, en Valdicastello se casó con
Ildegonda Celli.
Giosué Alessandro Michele Carducci nació en
Valdicastello el 27 de julio de 1835. Tras el fracaso de la mina en 1836,
Michele fue despedido y se mudó a Pontestazzemese.
En 1906 Giosuè ganó el Premio Nobel de literatura, un
premio que el barón de Bildet, Embajador de Suecia en Italia, entregó a Giosuè
Carducci en su casa.
El lugar de nacimiento ha sido declarado, con un
documento del rey Vittorio Emanuele III, un monumento nacional y ahora es
propiedad del municipio de Pietrasanta que lo ha utilizado como un museo y se
puede visitar. Copia de la ley real está exhibita dentro de la casa. Frente al
jardín se encuentra un busto de mármol del poeta.
La decoración es auténtica.
5 poemas
de Giosuè Carducci
Odio la poesía al uso
«Odio la poesía al uso;
brinda,
fácil, al vulgo sus
costados lacios;
alárgase entre abrazos
rutinarios,
lánguida, y duerme.
Viva la estrofa quiero
yo, que al ritmo
de pies y palmas en los
coros salte;
su ala yo atrapo al
vuelo, y ella, indómita,
niégase y lucha».
El buey
¡Piadoso buey! Al verte mi corazón se
llena
de un grato sentimiento de paz y de
ternura,
y te amo cuando miras inmóvil la
llanura
que debe a tus vigores ser más fecunda y buena.
Bajo el pesado yugo tú no sientes la
pena
y así ayudas al hombre que tu paso
apresura,
y a su voz y a su hierro contesta la
dulzura
doliente con que gira tu mirada
serena.
De tu ancha nariz brota como un vaho
tu aliento
y tu afable mugido lentamente en el
viento
vibrando como un salmo de alegría, se
pierde…
Y en su austera dulzura, tus dos
verdes pupilas
reflejan cual si fuesen dos lagunas
tranquilas,
el divino silencio de la llanura
verde.
El soneto
Dante le dio del serafín el vuelo
circundado de azules y de oros;
en manantial de rimas y de lloros
diole Petrarca el corazón en duelo.
Del venosino y del mantuano suelo,
la musa tiburtina los decoros
diole al Tasso; y en déspotas
desdoros
Alfieri lo clavó como escalpelo.
Fóscolo, el trino de los ruiseñores
y del nativo acanto los primores
le dio bajo los jónicos cipreses.
Último yo -no sexto- vuelo y llanto,
arte, hálitos, iras, en él canto,
y lo elevo a los Manes como preces.
La niebla de cuellos rizados
La niebla de cuellos rizados
se levanta como la lluvia.
El mar aúlla y palidece
bajo el efecto del mistral.
Pero en los caminos de la aldea,
unas cubas en fermentación
el áspero olor de los vinos
regocija el corazón.
Sobre los leños candentes,
el asador gira crepitando,
el cazador silba
y desde el umbral de su puerta,
observa
entre las nubes plomizas
el vuelo de unos pájaros oscuros
que migran en el crepúsculo,
como pensamientos desterrados.
Traducciones de Carlos López Narváez
Mors
Cuando a nuestros hogares la diosa
severa desciende,
se oye de lejos el rumor de sus alas.
La sombra que proyecta cuando gélida,
avanza,
difunde en torno lúgubres silencios.
Su cabeza los hombres inclinan cuando
ella ha llegado;
los femeninos pechos tiemblan de
anhelo.
Así en los altos bosques, cuando
julio condensa huracanes,
ni un soplo corre por las verdosas
cumbres;
como inmóviles, yertos, deja el
escalofrío a los bosques;
sólo se escucha al río que gime
ronco.
Entra ella, y pasa, y toca; sin
volverse siquiera, derriba
los arbolitos, de su frescor gozosos;
siega la rubia espiga, y arranca
también los agraces;
llévase esposas, llévase las
doncellas
galanas y los niños; éstos tienden
sus brazos de rosa
hacia el sol, bajo el ala negra, y
sonríen.
¡Triste el hogar en donde, frente a
rostros de padres dolientes,
pálida diosa, vidas nuevas apagas!
Dentro de sus paredes, risas y voces
festivas no se oyen,
ni bisbiseos, como en nidos de mayo.
No se oyen los rumores de los años
que crecen alegres,
ni de amor cuitas, ni las danzas de
boda.
Allí los que perviven, en la sombra
envejecen, atentos
siempre a tus pasos; siempre, ¡oh
diosa!, esperándote.
Traducción de Amando Lázaro
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Fuente:
-
https://www.versilia.org/
-
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