domingo, 23 de mayo de 2021

Giosuè Carducci: el primer Premio Nobel de literatura italiana.

 



Giosuè Carducci nació en Versilia, en Valdicastello Carducci en Pietrasanta. El primer premio Nobel de literatura italiana.

Dr. Michele Carducci, licenciado en química a la Universidad de Pisa en 1833, fue contratado por la empresa que dirigió las minas de Valdicastello, por la asistencia de los mineros y se vio obligado a estar siempre en el lugar en las horas en que las minas brillaban. Y por eso se vio obligado a mudarse al país.

El 30 de abril de 1834, en Valdicastello se casó con Ildegonda Celli.

Giosué Alessandro Michele Carducci nació en Valdicastello el 27 de julio de 1835. Tras el fracaso de la mina en 1836, Michele fue despedido y se mudó a Pontestazzemese.

En 1906 Giosuè ganó el Premio Nobel de literatura, un premio que el barón de Bildet, Embajador de Suecia en Italia, entregó a Giosuè Carducci en su casa.

El lugar de nacimiento ha sido declarado, con un documento del rey Vittorio Emanuele III, un monumento nacional y ahora es propiedad del municipio de Pietrasanta que lo ha utilizado como un museo y se puede visitar. Copia de la ley real está exhibita dentro de la casa. Frente al jardín se encuentra un busto de mármol del poeta.

La decoración es auténtica.

 

5 poemas de Giosuè Carducci

 

Odio la poesía al uso

«Odio la poesía al uso; brinda,

fácil, al vulgo sus costados lacios;

alárgase entre abrazos rutinarios,

lánguida, y duerme.

Viva la estrofa quiero yo, que al ritmo

de pies y palmas en los coros salte;

su ala yo atrapo al vuelo, y ella, indómita,

niégase y lucha».

 

El buey

¡Piadoso buey! Al verte mi corazón se llena

de un grato sentimiento de paz y de ternura,

y te amo cuando miras inmóvil la llanura

que debe a tus vigores ser más fecunda y buena.

 

Bajo el pesado yugo tú no sientes la pena

y así ayudas al hombre que tu paso apresura,

y a su voz y a su hierro contesta la dulzura

doliente con que gira tu mirada serena.

 

De tu ancha nariz brota como un vaho tu aliento

y tu afable mugido lentamente en el viento

vibrando como un salmo de alegría, se pierde…

 

Y en su austera dulzura, tus dos verdes pupilas

reflejan cual si fuesen dos lagunas tranquilas,

el divino silencio de la llanura verde.

 

El soneto

 

Dante le dio del serafín el vuelo

circundado de azules y de oros;

en manantial de rimas y de lloros

diole Petrarca el corazón en duelo.

 

Del venosino y del mantuano suelo,

la musa tiburtina los decoros

diole al Tasso; y en déspotas desdoros

Alfieri lo clavó como escalpelo.

 

Fóscolo, el trino de los ruiseñores

y del nativo acanto los primores

le dio bajo los jónicos cipreses.

 

Último yo -no sexto- vuelo y llanto,

arte, hálitos, iras, en él canto,

y lo elevo a los Manes como preces.

 

La niebla de cuellos rizados

 

La niebla de cuellos rizados

se levanta como la lluvia.

El mar aúlla y palidece

bajo el efecto del mistral.

Pero en los caminos de la aldea,

unas cubas en fermentación

el áspero olor de los vinos

regocija el corazón.

 

Sobre los leños candentes,

el asador gira crepitando,

el cazador silba

y desde el umbral de su puerta, observa

entre las nubes plomizas

el vuelo de unos pájaros oscuros

que migran en el crepúsculo,

como pensamientos desterrados.

 

Traducciones de Carlos López Narváez

 

Mors

 

Cuando a nuestros hogares la diosa severa desciende,

se oye de lejos el rumor de sus alas.

 

La sombra que proyecta cuando gélida, avanza,

difunde en torno lúgubres silencios.

 

Su cabeza los hombres inclinan cuando ella ha llegado;

los femeninos pechos tiemblan de anhelo.

 

Así en los altos bosques, cuando julio condensa huracanes,

ni un soplo corre por las verdosas cumbres;

 

como inmóviles, yertos, deja el escalofrío a los bosques;

sólo se escucha al río que gime ronco.

 

Entra ella, y pasa, y toca; sin volverse siquiera, derriba

los arbolitos, de su frescor gozosos;

 

siega la rubia espiga, y arranca también los agraces;

llévase esposas, llévase las doncellas

 

galanas y los niños; éstos tienden sus brazos de rosa

hacia el sol, bajo el ala negra, y sonríen.

 

¡Triste el hogar en donde, frente a rostros de padres dolientes,

pálida diosa, vidas nuevas apagas!

 

Dentro de sus paredes, risas y voces festivas no se oyen,

ni bisbiseos, como en nidos de mayo.

 

No se oyen los rumores de los años que crecen alegres,

ni de amor cuitas, ni las danzas de boda.

 

Allí los que perviven, en la sombra envejecen, atentos

siempre a tus pasos; siempre, ¡oh diosa!, esperándote.

 

Traducción de Amando Lázaro

 

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Fuente:

-          https://www.versilia.org/

-          Zenda libros

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