domingo, 13 de junio de 2021

Vida y obra de Rudyard Kipling

 


Rudyard Kipling, notable escritor de la Literatura decimonónica inglesa, nació en Bombay en el año 1865. En su legado encontramos tanto poesía como cuentos infantiles, relatos y novela.

Sus padres, Alice Kipling y John Lockwood Kipling, ambos de nacionalidad inglesa, el padre soldado británico, se habían trasladado a la India debido al imperialismo occidental, así que tanto Rudyard Kipling como su hermana nacieron allí, y los dos permanecieron en un hogar social, Lorne Lodge, en Inglaterra, para conseguir una buena educación, cuando Kipling tenía seis. Aquel hogar se encontraba en una ciudad portuaria del oeste de Inglaterra, pero Kipling se sentía solo sin sus padres cerca, lo cual plasmó en su autobiografía Algo de mí mismo, publicada póstumamente, así como en su relato La oveja negra. Pero no todo fue malo en la infancia de Kipling, pues su soledad remitía cuando visitaba a sus tíos en una casa a las afueras de Londres, a la que Kipling consideraría más adelante como «un paraíso que en verdad creo me salvó». Pero su estancia en Lorne Lodge no duró mucho, pues Alicia Kipling, su madre, volvió de la India y retiró a sus hijos de allí.

Un año más tarde, Kipling entró en United Service College, una escuela para educar a los hijos de generales sin mucho dinero, y fue durante su estancia en dicha escuela cuando conoció a Florencia Garrard y se enamoró de ella; fue su inspiración del personaje de Maisie en su primera novela, La luz que se apaga. Kipling finalizó la escuela, pero no era tan brillante como para lograr entrar en Oxford gracias a una beca, así que como sus padres tampoco podían pagárselo, encontró trabajo en Pakistán como Director de la Colección Nacional de Arte de Lahore, y guardia del Museo de Lahore. Kipling, además fue editor de un periódico local, La Gaceta Civil y Militar. Cuando pudo, regresó a Bombay, su ciudad natal, y allí se instaló.

En Bombay se consagró a su pequeño periódico de La Gaceta Civil y Militar, a la que consideró como su primer amante en Literatura, y gracias a sus insaciables ganas de escribir, empezó a publicar en dicho periódico pequeños cuentos. Además, publicó sus Cantinelas departamentales, que trataban sobre la vida en los cuarteles de la India como colonia británica.

Cuando volvió a Lahore, publicó Cuentos de las colinas, en prosa, y fue admitido en otro periódico, El Pionero, pero no cesaba de escribir, así que en 1888 publicó Tres soldados, La historia de Gadsbys, En blanco y negro, Bajo el Deodar, El fantasma Jinrikisha, y Wee Willie Winkie, todos ellos situados en el ambiente indio visto bajo la perspectiva de un británico. Escritos de forma clara, ensalzaban el espíritu militar, y Kipling supo describir con maestría aquel ambiente.

Pero no se conformó con eso. Dejó de trabajar en El Pionero y ahorró. Viajó, además, a los Estados Unidos y a Japón, gracias a los cuales escribió De un mar a otro, y es curioso cómo en Nueva York encontró a Mark Twain y viendo que no le podía hacer frente a su Literatura, volvió a Londres, la cumbre literaria de la época. Allí fue recibido con los brazos abiertos, y conoció a grandes publicistas y otros escritores. Pero por consejo de sus doctores volvió a viajar, esta vez a Sudáfrica como uno de sus destinos, pero cuando se enteró de la muerte de un gran amigo tuvo que volver a Londres. Entretanto, había escrito Cuentos de la India, donde dio a conocer la cultura del lugar en el que nació.

Se casó con la hermana de su difunto amigo, y ambos decidieron ir de luna de miel a los Estados Unidos, pero su banco quebró y perdieron grandes cantidades de dinero, así que ambos optaron por alquilar una pequeña cabaña en un pequeño pueblo estadounidense, donde más tarde nacería su primera hija, Josephine. En esta cabaña, Kipling empezó a escribir El libro de la selva, una de sus obras más aclamadas, adaptada a películas y libros infantiles, y que se ha convertido en un clásico. Pero la cabaña donde Kipling y su familia vivían era demasiado pequeña, así que tuvieron que mudarse a una casa que ellos mismos construyeron, y a la que Kipling llamó Naulakha, como una de sus novelas, en honor a su amigo fallecido, pues había contribuido en ella. También escribió allí Los días de trabajo y Capitanes intrépidos, así como poesía (Gunga Din). Kipling y su esposa, concibieron a Elsie, su segunda hija, pero la privacidad de Kipling se vio dañada al verse envuelto en un asunto de la propiedad donde vivían él y su familia, hasta siendo amenazado públicamente. Por ello decidió abandonar los Estados Unidos y volver, una vez más, a Inglaterra, que parecía haberse convertido en su bote salvavidas.

Recessional y La carga del hombre blanco, la cual pareció instigar el Imperialismo británico, cuya expansión era latente en todo el mundo, las escribió en la pequeña ciudad costera donde se instaló al volver a Inglaterra, pero su estancia allí no duró mucho, pues los Kipling volvieron a trasladarse, esta vez a Sussex, en el sur británico, donde nació John. Un rasgo curioso de Kipling es que le leía a su familia algunos relatos, entre ellos Stalky y Co., cargados de facetas de sus tiempos de colegial.

Durante los años siguientes Kipling continuó escribiendo relatos que tenían algo que ver con el Imperialismo, como es The Friend, y viajó a Sudáfrica, donde conoció a militares y políticos, lo que también le ayudó a la hora de crear otras de sus obras. Pero en un viaje a Estados Unidos, tanto Josephine como él enfermaron, y ella murió. Kipling, sin embargo, no dejó de escribir, publicando así Kim y Puck of Pook's Hill, ambos destinados al público infantil, además de Rewards and Fairies (Duendes y hadas), donde se encuentra su aclamado poema «If», inspirado según dicen, en dos de sus grandes amigos. El centinela del puerto fue uno de sus pocos dramas, pero no tuvo muy buena acogida.

La vida de Kipling se basaba en viajar a todas partes, y nunca dejar de escribir, pero ocurrió algo inaudito: Kipling avisó a la población para que estuviera preparada, pues iba a estallar una gran guerra, o al menos estaba convencido de ello. Esto no fue escuchado, pero la Primera Guerra Mundial llegó, dándole la razón. El joven John Kipling, obligado a alistarse en el ejército, murió, y Rudyard enfermó: ¿qué hay peor para un padre que perder a un hijo? Encima, este ya era el segundo. Por ello se alistó en War Graves Commission, asociación directamente relacionada con la tramitación de los cadáveres de los combatientes, para enterrarlos de forma honorífica. En ese tiempo publicó Una diversidad de criaturas, escritas anteriormente, una de ellas, Mary Postgate, uno de sus cuentos más célebres. Su último trabajo, Thy Servant a Dog, reflejaba la vida de una familia inglesa vista bajo el punto de vista de sus perros. (¿Perros que hablan y piensan? ¡El coloquio de los perros!).

A partir de la muerte de su hijo nada volvió a ser lo mismo, pero tanto Kipling como su esposa trataron de animarse viajando. Pero la muerte llegó, y el 18 de enero de 1936 Rudyard Kipling falleció a causa de una hemorragia interna, dejando tras de sí grandes obras literarias acerca del imperio colonial británico.

¿Por qué es famoso? Por la gran recopilación de datos del imperio británico, sin los cuales ahora no se sabría tanto acerca del mismo. Además, sus grandes relatos y novelas infantiles, como El libro de la selva, que a tantos niños y niñas ha cautivado en el pasado (me incluyo), a los que encanta en el presente, y a los que encandilará en el futuro, con esa alegría y pureza intactas, la libertad, la naturaleza, que se aleja por momentos de nosotros en la actualidad.

La creatividad y el espíritu hicieron de su Literatura una auténtica joya. Además, dio a conocer, de alguna manera, la cultura india, así como la vida de sus gentes y cómo vivieron como colonia británica.

Por todo ello, su inapagable chispa de creación, incluso en los tiempos difíciles, y por toda su imaginación, que ha llevado a muchos a la ensoñación y al acercamiento a la Literatura, lo defino como otro genio. Hay muchos genios, pero como él, ninguno.

 

5 poemas de Rudyard Kipling

 

Canción de arpas para las mujeres danesas

(El duende de la colina Pook)

¿En qué queda una mujer si la abandonas,
y el fuego del hogar, la tierra de la familia,
para seguir al viejo y gris Hacedor de Viudas?

No tiene casa en la que alojar un huésped:
una cama fría sólo en la que todos descansan,
en la que soles pálidos anidan, y montañas perdidas.

No tiene blancos brazos fuertes con que envolverte,
sino algas -diez dedos- que te sostienen-
fuera, en las rocas, donde te ha empujado la marea.

Sin embargo, cuando aparecen los signos del verano,
y se rompe el hielo y las yemas de los abedules brotan,
más cada año, te alejas de nuestro lado, y enfermas…

Otra vez enfermas con los gritos y las matanzas,
te alejas sigilosamente hacia las aguas procelosas,
y hacia tu barco miras en sus cuarteles de invierno.

Olvidas nuestra alegría, y las tertulias junto a la mesa,
las plantas en el cobertizo y el caballo en los establos-
para embrear sus flancos y revisar sus riendas.

Navegas así hacia donde abunden nubes de tormenta,
el sonido de los remos contra el agua
es todo lo que queda, tras estos meses, para seguirte.

¡Ah! ¿En qué queda una mujer si la abandonas,
y el fuego del hogar, la tierra de la familia,
para seguir al viejo y gris Hacedor de Viudas?

 

El vampiro

 

Un idiota había que rezaba
(igual que tú y yo)
a un trapo y a un hueso y a un mechón de pelo
(le llamábamos la mujer despreocupada)
pero el idiota te llamaba su dama perfecta-
(igual que tú y yo)

Oh, los años perdidos. las lágrimas perdidas
y el trabajo de nuestra cabeza y mano
pertenece a la mujer que no sabía
(ahora sabemos que no podía nunca saber)
y no comprendíamos.

Un idiota había que sus bienes gastaba
(igual que tú y yo)
honor, fe, una tentativa segura
(y no sólo era eso lo que la señora quería decir)
pero un idiota debe seguir su instinto natural
(igual que tú y yo)

Oh, el trabajo perdido, los tesoros perdidos
y las mejores cosas planeadas
pertenecen a la mujer que no sabía por qué
(ahora sabemos que no sabía nunca por qué)
y no comprendíamos.

El idiota reducido fue a su pellejo idiota
(igual que tú y yo)
lo que puede ella haber visto que le dejó de lado-
(pero no recuerda nadie cuando la dama lo intentó)
así algunos de ellos vivieron, la mayoría han muerto
(igual que tú y yo)

Y no es la vergüenza ni la culpa
que hiere como un tizón al rojo-
se llega a saber que ella nunca supo por qué
(viendo, al fin, que no pudo nunca saber por qué)
y nunca pudimos comprender.

 

Gehazí

 

¿De dónde venís, Gehazí,
figura venerable,
de escarlata y armiño
y cadena de oro de Inglaterra?
«De seguir a Naamán
y decirle que está bien todo,
por ello mi celo me ha nombrado
Juez en Israel.»

Bien hecho, bien hecho, Gehazí.
Extended vuestra mano atenta,
escapado apenas del juicio,
presta juramento para juzgar la tierra,
inamovible ante regalos en dinero
o el soborno secreto, más bajo,
del conocimiento que es beneficio
en cualquier plaza de mercado.

Descubrid e investigad, Gehazí,
voz que entre todos podéis juzgar,
la respuesta cierta, medida,
que revela las mentiras más negras-
la virtud clara, difícil,
la ira fingida a voluntad,
para intimidar a un testigo
y mantener en silencio al Tribunal.

Cuidad ahora, Gehazí,
que -en un aparte– nadie hable
en secreto con sus jueces
mientras se esté la vista celebrando.
Pues puede mostrarles -razones
para guardar en secreto alguna cosa
y con sutileza conducir las preguntas
lejos de aquello que hizo.

Vos, espejo de rectitud,
¿qué os aflige en vuestros votos,
qué significa el blanco que nace
de la piel entre las cejas?
Los quistes que brillan y se hunden,
las llagas que se pelan y sangran-
la lepra de Naamán
sobre vos y vuestra descendencia toda?
Levantaos, levantaos, Gehazi,
ajustaos la toga e id.
GehazÍ, Juez en Israel,
leproso blanco como la nieve.

 

Si

Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y por ello te culpan,
si puedes confiar en ti cuando de ti todos dudan,
pero admites también sus dudas;
si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o ser mentido, no pagues con mentiras,
o ser odiado, no des lugar al odio,
y -aun- no parezcas demasiado bueno, ni demasiado sabio.

Si puedes soñar -y no hacer de los sueños tu maestro,
si puedes pensar -y no hacer de las ideas tu objetivo,
si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre
y tratar de la misma manera a los dos farsantes;
si puedes admitir la verdad que has dicho
engañado por bribones que hacen trampas para tontos.
O mirar las cosas que en tu vida has puesto, rotas,
y agacharte y reconstruirlas con herramientas viejas.

Si puedes arrinconar todas tus victorias
y arriesgarlas por un golpe de suerte,
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir nada de lo que has perdido;
si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones
para jugar tu turno tiempo después de que se hayan gastado.
Y así resistir cuando no te quede nada
excepto la Voluntad que les dice: «Resistid».

Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud,
o pasear con reyes y no perder el sentido común,
si los enemigos y los amigos no pueden herirte,
si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
si puedes llenar el minuto inolvidable
con los sesenta segundos que lo recorren.
Tuya es la Tierra y todo lo que en ella habita,
y -lo que es más-, serás Hombre, hijo.

Una canción en la tormenta

Asegúrate bien de que a tu lado peleen
los océanos eternos, aunque esta noche
el viento en contra y las mareas
nos hagan su juguete.
A fuerza de tiempo, no de guerra,
en medio del peligro nos guiamos:
Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que aparezca
en todo tiempo de angustia y también
en el de nuestra salvación,
el juego vence siempre al jugador
y el barco a su tripulación.

De la niebla salen rumbo a la tiniebla
las olas que brillan y se encrespan.
Casi estas aguas sin conciencia se comportan
como si tuviesen alma-
casi como si hubieran pactado sumergir
nuestra bandera debajo de sus aguas verdes:
sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que pueda verse, etc.

Asegúrate bien, a pesar de que las olas y el viento
en reserva guardan ráfagas aún más poderosas,
que los que cumplimos las guardias asignadas
ni por un instante descuidemos la vigilancia.
Y mientras nuestra proa flotando rechaza
cada carrera frustrada de las olas,
canta, sea bienvenida la descortesía del Destino
dondequiera que se desvele, etc.

No importa que sea barrida la cubierta
y se rompan la arboladura, el maderamen-
de cualquier pérdida podremos sacar provecho
salvo de la pérdida del regreso.
Por eso, entre estos Diablos y nuestra astucia
deja que la cortesía de las trompetas suene,
y que sea bienvenida la descortesía del Destino,
dondequiera que se encuentre, etc.

Asegúrate bien, aunque en poder nuestro
nada quede para dar
salvo sitio y fecha para encontrar el fin,
y deja de esforzarte por vivir,
que hasta que éstos se disuelvan, nuestra Orden se mantiene,
nuestro Servicio aquí nos ata.
Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino,
dondequiera que aparezca,
en todo tiempo de angustia y también
en el de nuestro triunfo,
el juego vence siempre al jugador
y el barco a su tripulación.

Fuente:  Zeda libros,

https://sites.google.com/site/investigadoresliterarios/estela-gonzalez/rudyard-kipling-if/vida-y-obra-de-rudyard-kipling

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por dedicarle tu tiempo a mi blog! Espero que la entrada te haya gustado y no dudes en dejar tu opinión en un comentario ♥ (Por favor no dejes spam)