Sus fantasías y sueños,
el encierro, los sótanos y las bibliotecas son solo algunos de los temas que
obsesionaron al escritor argentino. Aquí una lista de sus mejores relatos.
Jorge Luis Borges fue,
como dice Beatriz Sarlo, un escritor en las orillas: en las orillas del Río de
la Plata, en las orillas de Occidente y también en las orillas de las páginas.
Como un copista medieval, anotó y reversionó historias e ideas tomadas de
otros. Nunca escribió un texto de ficción de más de veinte páginas; sus
narraciones son resúmenes de una fuerza sintética increíble, que disparan al
lector a la historia de la filosofía y a la filosofía de los asesinos, a
visiones poéticas del universo y a la empatía emocional con este hombre que
encontró en sus fallas (la torpeza social, la ceguera, la tendencia a la
fantasía) su poder expresivo.
El
inmortal (1947)
Un legionario romano
(desertor, una figura que se repite en los cuentos de Borges) busca y encuentra
un río que le da la inmortalidad, y después de dos mil años, cansado de ser
inmortal, toma agua de otro río que le devuelve la mortalidad. En el medio se
encuentra con un troglodita analfabeto que resulta ser el inmortal Homero, que
con el paso de los siglos se había olvidado de que era el autor de La Odisea.
En el relato del
legionario, sus recuerdos se confunden con los de Homero: "Cuando se
acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras.
Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre
limosna que le dejaron las horas y los siglos". El inmortal es -como casi
todos los cuentos de Borges- una reflexión conmovedora sobre el paso del
tiempo, sobre esa relación de amor a distancia que es la lectura y sobre la
contradictoria construcción de la identidad personal.
El
Aleph (1945)
Un escritor llamado
Borges ironiza interiormente sobre otro, y este lo humilla triplemente: le gana
un concurso literario, le hace saber que se acostaba con su amada Beatriz
Viterbo y le muestra un mecanismo (el Aleph) mediante el cual puede verse todo
el universo al mismo tiempo.
Repleto de referencias
a la gran obra de Dante, es una especie de resumen de la Divina Comedia. Tiene
momentos de sainete criollo ("Tarumba habrás quedado, che Borges", se
burla el otro) y una enumeración caótica de su visión del universo que deja a
Borges, pero también al lector, lleno de "infinita veneración, infinita
lástima". Es probable que Borges se haya basado en su amor desdichado con
Estela Canto, en una escena en una fiesta en la cual su rival literario
Oliverio Girondo sedujo a Norah Lange, la mujer con la que Borges había ido al
evento, y en su derrota en el Premio Municipal de Literatura de 1941.
Hombre
de la esquina rosada (1927-1935)/ Historia de Rosendo Juárez (1970)
En la serie de cuentos
de gauchos y cuchilleros que escribió a lo largo de su vida, Borges narró
sintéticamente el siglo XIX argentino. Hombre de la esquina rosada es un
policial que transcurre en lo que hoy es Palermo Hollywood, entonces un
suburbio violento, en el que el asesino es el narrador, un aprendiz de
compadrito azorado por la deserción del jefe de su pandilla. Un gran atractivo
de la obra de Borges es cómo sus temas y sus estructuras se repiten a lo largo
de su vida, como si siempre -fiel a su visión de que crear se parecía tanto a copiar
como a inventar- contara lo mismo con variaciones.
Es el caso de Historia
de Rosendo Juárez, en la que el compadrito desertor, décadas después, explica
por qué renunció a la vida violenta cuando fue desafiado: "En ese botarate
provocador me vi como un espejo y me dio vergüenza"
Las
ruinas circulares (1940)
Un hombre en un claro
en la selva sueña a otro, y al final se da cuenta de que él también ha sido
soñado. Borges se basó seguramente en una idea de David Hume que -siempre
sembrando pistas- se ocupó de citar en un ensayo: "El mundo es tal vez el
bosquejo rudimentario de algún dios infantil, que lo abandonó a medio hacer,
avergonzado de su ejecución deficiente".
Las ruinas… es también
un cuento sobre la esterilidad y la paternidad, sobre la fecundidad del arte
como un paralelo de la reproducción. La figura de un hombre solipsista,
encerrada en su mente, sus fantasías y sus sueños, se repite en varios cuentos
de Borges: los hay encerrados en celdas (El milagro secreto, La escritura del
dios, Deutsches Requiem), bibliotecas (La Biblioteca de Babel), sótanos (El
Aleph). Los objetos circulares (la luna, las monedas, estas ruinas)
obsesionaban a Borges, que veía en ellos una metáfora de la circularidad del
tiempo y del sentido ("la cifra que falta"), siempre difícil de
alcanzar.
El
fin (1944)
El gaucho negro al que
Martín Fierro venció en una payada y a cuyo hermano mató en un duelo espera
pacientemente a Fierro, durante años, en una pulpería perdida en la Pampa.
Cuando llega, se trenzan y el negro mata a Fierro. Borges, un agudo lector de
estructuras para quien la literatura eran siempre covers de historias ya
contadas, imagina esta breve y genial continuación del Martín Fierro
Como casi todos los
cuentos de Borges, tiene la estructura de un duelo entre dos hombres en el
curso del cual uno de ellos comprende su destino y encuentra su identidad, y a
veces -como ocurre por ejemplo aquí y en El Aleph– se convierte en el otro. El
negro, "una vez cumplida su tarea de justiciero (…), era el otro: no tenía
destino sobre la tierra y había matado a un hombre". Es decir, el Martín
Fierro empieza otra vez, con un gaucho asesino, prófugo de la ley, que
probablemente atravesará la frontera y se irá con los indios. Casi ningún
personaje de Borges, tanto los intelectuales como los violentos, ama ni trabaja
(o lo hace fuera de la ley o es una especie de ñoqui). Muchos de ellos
encuentran su identidad cuando cruzan una frontera.
Funes
el memorioso (1942)
Otra vez un Borges
convertido en personaje descubre que un gaucho uruguayo tiene una memoria
perfecta, se acuerda de todo. Paradójicamente, eso no es tanto una virtud como
un problema. Como ve en cada objeto todos los detalles y toda su historia,
pensar y abstraer se le torna difícil. La condición para pensar y también para
narrar, sugiere Borges, es el olvido (uno de sus temas favoritos).
Así como los inmortales
de El inmortal eran bárbaros analfabetos, casi subhumanos, con Funes pasa algo
parecido. Borges escribió que este cuento era una metáfora del insomnio. Es
posible imaginar que Funes, como casi todos sus personajes, es una proyección de
sí mismo: un nerd con una enorme capacidad intelectual pero un poco
disfuncional.
La
memoria de Shakespeare (1983)
Un especialista en
Shakespeare recibe el don fantástico de tener la memoria, los recuerdos de
William Shakespeare. Igual que la inmortalidad y la memoria perfecta en los
cuentos ya citados, al especialista el don le resulta inútil, tanto que decide
cederla. Es conmovedor que este sea el último cuento de Borges, dictado desde
su ceguera. En él, se despide de su querida sangre sajona (su abuela era inglesa)
y con toda humildad se pone en la piel de su amado Will. "El azar o el
destino dieron a Shakespeare las triviales cosas terribles que todo hombre
conoce; él supo transmutarlas en fábulas, en personajes mucho más vívidos que
el hombre gris que los soñó, en versos que no dejarán caer las generaciones, en
música verbal".
No hay que ser alguien
extraordinario para ser artista, sugiere Borges. Su relación atrevida y amorosa
con sus autores queridos es un mensaje de humanidad didáctica: a la biblioteca
hay que usarla a piacere, para jugar y para emocionarse, y hay que evitar en lo
posible la solemnidad. Como otros cuentos de Borges, La memoria… replica el
tema del doble, de la escisión de personalidad, tocado entre otros por su
favorito Stevenson en El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde.
Tlön
Uqbar Orbis Tertius (1940)
Otra gran fábula
fantástica: una conspiración de eruditos crea un mundo con leyes físicas
distintas que termina contaminando al mundo real. La historia de la filosofía
es la historia de la conversación entre Platón y Aristóteles, dice Borges en
algún lado: ¿existen los hechos, o sólo existen las interpretaciones? Una
preocupación permanente de Borges eran los efectos de nombrar, de usar el
lenguaje, de leer y escribir.
Tlön… es la puesta en
ficción de algunas postulaciones de Platón. En ese mundo, los seres humanos no
conciben la relación causa-efecto, y eso altera todo. El cuento es también una
conversación entre Borges y Adolfo Bioy Casares, y también una entre el padre
de Borges (muerto poco antes) y un amigo inglés. El padre de Borges era un
escritor bohemio que no tuvo mucho éxito, pero participaba de tertulias
literarias con personajes como Macedonio Fernández y Evaristo Carriego. El
padre llevaba a su hijo a esas tenidas, y Borges mamó de ellas.
El
milagro secreto (1943)
Otro gran texto de la
gran década productiva de Borges (sus cuarenta, la década en la que, diría él,
sobrevino el primer peronismo). El milagro secreto cuenta la historia de un
escritor checo judío que espera a ser fusilado, y le pide a Dios un año para
terminar su gran drama en verso. Dios se lo concede y el escritor compone el
poema en su mente; cuando encuentra el último epíteto, las balas lo atraviesan.
El cuento remite al Poema conjetural, en que Francisco Laprida, , antepasado de
Borges y declarador de la Independencia, muere corrido por unos gauchos en un
pajonal y encuentra "la letra que faltaba", su destino sudamericano.
Borges ofrece en El
milagro… una descripción del escritor checo que se parece mucho a una
descripción de sí mismo, entonces un autor no muy conocido buscando su destino:
"Fuera de algunas amistades y de muchas costumbres, el problemático
ejercicio de la literatura constituía su vida; como todo escritor, medía las
virtudes de los otros por lo ejecutado por ellos y pedía que los otros lo
midieran por lo que vislumbraba o planeaba". El escritor estadounidense
Tobias Wolff contó en una visita a la Argentina que su bellísimo cuento Una
bala en el cerebro se inspiró en El milagro secreto.
El
otro (1975)
Un texto conmovedor,
otro más, del viejo Borges, el ciego, el que le dictaba cuentos a sus fans. Su
protagonista es precisamente el viejo Borges, que sentado en un banco en Boston
se encuentra con un joven que, rápidamente se da cuenta, es él mismo cuando era
joven. El Borges viejo no puede sino ver al otro (entusiasta de la Revolución
Rusa y de Dostoievsky, dos adoraciones de las que el viejo se arrepiente) como
un joven equivocado. "Aconsejar o discutir era inútil, porque su
inevitable destino era ser el que soy". Pese a ello, Borges no se priva de
darle una lección irónica de historia del siglo XX y una narración emocionante
de la agonía de su padre.
El otro es un cuento
sobre el arrepentimiento, un tema favorito de Borges. La propia vida de Borges
es una metáfora de las lecciones que da el paso del tiempo: un hombre bastante
desdichado, combativo, angustiado en su juventud por su destino literario, que
pensó en suicidarse, se convirtió en su vejez en un hombre feliz, reconciliado
con la vida.
INFOBAE | Santiago Llach
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