viernes, 16 de agosto de 2019

Henryk Sienkiewicz: un Nobel perfectamente desconocido




Una mañana de 1888, el escritor más famoso de Polonia despertó en su casa de Varsovia, bebió una taza de café negro y abrió el buzón de su correspondencia. Entre las cartas, cuentas y notificaciones, descubrió un sobre ordinario pero curioso. No tenía remitente y en el dorso solo se leía “Para el Sr. Henryk Sienkiewicz”. Y aunque el contenido exacto de aquella carta se ha perdido para siempre, es probable que dijera algo como:


“Estimado Litwos:

Usted no me conoce, pero ciertamente yo sí a usted. Soy un gran admirador de su obra. He seguido su carrera desde que empezó publicando artículos y crónicas de viajes, hasta la última de sus novelas.

Le ruego que acepte los 15.000 rublos que le envío junto a este mensaje, como agradecimiento por las horas de infinito placer que usted me regaló con sus libros. Sé que no necesita el dinero, pero considérelo el aporte de un mecenas que desea seguir leyendo las increíbles historias que solo usted sabe contar.

Atentamente,

Michał Wołodyjowski”

Solo dos cosas son seguras respecto a esta particular anécdota: que es virtualmente imposible rastrear al verdadero autor de la carta, pues el generoso Michał Wołodyjowski jamás existió, al menos no en la vida real —se trata de un pseudónimo tomado del protagonista de la novela “El señor Wołodyjowski” (1888), la última entrega de la célebre trilogía de Sienkiewicz compuesta por “A sangre y fuego” (1884) y “El diluvio” (1886), donde recrea la resistencia polaca frente a las invasiones del siglo XVII—. Y que, aun conmovido por la súbita muerte de su primera esposa ocurrida tres años atrás a causa de la tuberculosis, Sienkiewicz decidió utilizar el dinero donado —unos 300.000 dólares de la actualidad— para abrir una fundación dedicada a asistir a los artistas que padecían esta enfermedad.

***

Henryk Adam Aleksander Pius Sienkiewicz (Polonia 1846 - Suiza, 1916), también conocido como “Litwos” —como firmaba sus columnas y artículos periodísticos—, fue narrador, periodista, cronista, filántropo y activista político. Sus obsesiones: los viajes, la soberanía de Polonia, la protección de los desfavorecidos, y las mujeres llamadas Maria. Por su vida pasaron seis. La primera de ellas fue su hermana menor; la segunda, Maria Keller, con la que se comprometió pero con quien no llegó a casarse; las tres siguientes, sus esposas: Maria Szetkiewicz —quien murió exactamente cuatro años después del matrimonio—, Maria Wolodkowicz —que lo abandonó a tan solo dos semanas de la boda— y Maria Babska, su sobrina y última esposa. La sexta de las Marias fue su hija, producto de su primer matrimonio.

Además de un hombre con una agitada vida romántica y sensibilidad social, Sienkiewicz fue autor de una prolífica obra compuesta por 20 novelas, nueve libros de relatos, cuatro colecciones de cartas y crónicas, una pieza de teatro, e innumerables artículos y ensayos —todos ellos, incluidos en “Dziela” (1948-1955), sus obras completas editadas en 60 volúmenes—; donde mezcla con maestría hechos históricos y ficticios, narrados con chocante realismo donde analiza, desde una perspectiva nacionalista pero nunca miope, la situación social y política de la Polonia de su tiempo. Aventureros, soldados, caballeros y personajes oprimidos de toda condición pululan por las páginas de notables libros como su ya mencionada trilogía —llevada a la pantalla grande por Jerzy Hoffman—, la colección de relatos “Bartek el triunfador” (1882), las novelas “Sin dogma” (1891), “A través del desierto y la selva” (1912) —adaptada al cine por Władysław Ślesicki y Gavin Hood— y la más famosa de todas, “Quo Vadis, Domine?” (1895), que llegó a vender más de un millón de copias en menos de un año y fue llevada al cine en cuatro oportunidades.

Tal fue el impacto que ejerció su obra en la crítica y los lectores, que gran parte de su producción fue traducida a más de 40 idiomas, convirtiendo rápidamente a Sienkiewicz en el autor polaco más aclamado y leído de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX en Europa —como lo demuestra aquella extravagante muestra de admiración del fanático anónimo, además de una colecta nacional que recaudó fondos para comprarle el castillo en el que habían vivido sus antepasados—. Y en 1905, Sienkiewicz fue seleccionado por la Academia Sueca como el quinto hombre de la historia en ganar el Premio Nobel de Literatura. A pesar de ello, sin embargo, con el paso del tiempo, fuera de los confines de la Europa Oriental Sienkiewicz fue relegado al olvido. En Latinoamérica, sobre todo, su aura dorada se transformó en herrumbre y pasó a ser una figura espectral, cuyos méritos y posible influencia sobre los más grandes escritores de nuestra era jamás se llegaron a conocer.

Y aunque él es uno más de una larga lista de “Nobeles” olvidados por el mundo occidental —al menos el 40% es ampliamente desconocido no solo por el lector común, sino por muchos especialistas—, aún hoy su trabajo es de lectura obligatoria en las escuelas polacas, y algunos países europeos están organizando homenajes por el centenario de su muerte.

Quizá se deba a la especificidad de algunas de sus novelas, al avance de las vanguardias o simplemente al cambio de los tiempos; pero lo cierto es que su literatura no es nada despreciable y ha sabido envejecer con elegancia. Solo hace falta echar un vistazo a cualquiera de sus obras para descubrir no una pieza arqueológica, sino una cápsula del tiempo, un clásico que vale la pena exhumar. Y cuando lo hagamos, recordemos una frase suya: “Fue declarado muerto y, sin embargo, aquí está la prueba de que sigue con vida”.


Alessandra Miyagi | El comercio

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