Una mañana de 1888, el escritor más famoso de Polonia despertó
en su casa de Varsovia, bebió una taza de café negro y abrió el buzón de su
correspondencia. Entre las cartas, cuentas y notificaciones, descubrió un sobre
ordinario pero curioso. No tenía remitente y en el dorso solo se leía “Para el
Sr. Henryk Sienkiewicz”. Y aunque el contenido exacto de aquella carta se ha
perdido para siempre, es probable que dijera algo como:
“Estimado Litwos:
Usted no me conoce, pero ciertamente yo sí a usted. Soy un
gran admirador de su obra. He seguido su carrera desde que empezó publicando
artículos y crónicas de viajes, hasta la última de sus novelas.
Le ruego que acepte los 15.000 rublos que le envío junto a
este mensaje, como agradecimiento por las horas de infinito placer que usted me
regaló con sus libros. Sé que no necesita el dinero, pero considérelo el aporte
de un mecenas que desea seguir leyendo las increíbles historias que solo usted
sabe contar.
Atentamente,
Michał Wołodyjowski”
Solo dos cosas son seguras respecto a esta particular
anécdota: que es virtualmente imposible rastrear al verdadero autor de la
carta, pues el generoso Michał Wołodyjowski jamás existió, al menos no en la
vida real —se trata de un pseudónimo tomado del protagonista de la novela “El
señor Wołodyjowski” (1888), la última entrega de la célebre trilogía de
Sienkiewicz compuesta por “A sangre y fuego” (1884) y “El diluvio” (1886),
donde recrea la resistencia polaca frente a las invasiones del siglo XVII—. Y
que, aun conmovido por la súbita muerte de su primera esposa ocurrida tres años
atrás a causa de la tuberculosis, Sienkiewicz decidió utilizar el dinero donado
—unos 300.000 dólares de la actualidad— para abrir una fundación dedicada a
asistir a los artistas que padecían esta enfermedad.
***
Henryk Adam Aleksander Pius Sienkiewicz (Polonia 1846 - Suiza,
1916), también conocido como “Litwos” —como firmaba sus columnas y artículos
periodísticos—, fue narrador, periodista, cronista, filántropo y activista
político. Sus obsesiones: los viajes, la soberanía de Polonia, la protección de
los desfavorecidos, y las mujeres llamadas Maria. Por su vida pasaron seis. La
primera de ellas fue su hermana menor; la segunda, Maria Keller, con la que se
comprometió pero con quien no llegó a casarse; las tres siguientes, sus
esposas: Maria Szetkiewicz —quien murió exactamente cuatro años después del
matrimonio—, Maria Wolodkowicz —que lo abandonó a tan solo dos semanas de la
boda— y Maria Babska, su sobrina y última esposa. La sexta de las Marias fue su
hija, producto de su primer matrimonio.
Además de un hombre con una agitada vida romántica y
sensibilidad social, Sienkiewicz fue autor de una prolífica obra compuesta por
20 novelas, nueve libros de relatos, cuatro colecciones de cartas y crónicas,
una pieza de teatro, e innumerables artículos y ensayos —todos ellos, incluidos
en “Dziela” (1948-1955), sus obras completas editadas en 60 volúmenes—; donde
mezcla con maestría hechos históricos y ficticios, narrados con chocante
realismo donde analiza, desde una perspectiva nacionalista pero nunca miope, la
situación social y política de la Polonia de su tiempo. Aventureros, soldados,
caballeros y personajes oprimidos de toda condición pululan por las páginas de
notables libros como su ya mencionada trilogía —llevada a la pantalla grande
por Jerzy Hoffman—, la colección de relatos “Bartek el triunfador” (1882), las
novelas “Sin dogma” (1891), “A través del desierto y la selva” (1912) —adaptada
al cine por Władysław Ślesicki y Gavin Hood— y la más famosa de todas, “Quo
Vadis, Domine?” (1895), que llegó a vender más de un millón de copias en menos
de un año y fue llevada al cine en cuatro oportunidades.
Tal fue el impacto que ejerció su obra en la crítica y los
lectores, que gran parte de su producción fue traducida a más de 40 idiomas,
convirtiendo rápidamente a Sienkiewicz en el autor polaco más aclamado y leído
de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX en Europa —como lo
demuestra aquella extravagante muestra de admiración del fanático anónimo,
además de una colecta nacional que recaudó fondos para comprarle el castillo en
el que habían vivido sus antepasados—. Y en 1905, Sienkiewicz fue seleccionado
por la Academia Sueca como el quinto hombre de la historia en ganar el Premio
Nobel de Literatura. A pesar de ello, sin embargo, con el paso del tiempo,
fuera de los confines de la Europa Oriental Sienkiewicz fue relegado al olvido.
En Latinoamérica, sobre todo, su aura dorada se transformó en herrumbre y pasó
a ser una figura espectral, cuyos méritos y posible influencia sobre los más
grandes escritores de nuestra era jamás se llegaron a conocer.
Y aunque él es uno más de una larga lista de “Nobeles”
olvidados por el mundo occidental —al menos el 40% es ampliamente desconocido
no solo por el lector común, sino por muchos especialistas—, aún hoy su trabajo
es de lectura obligatoria en las escuelas polacas, y algunos países europeos
están organizando homenajes por el centenario de su muerte.
Quizá se deba a la especificidad de algunas de sus novelas, al
avance de las vanguardias o simplemente al cambio de los tiempos; pero lo
cierto es que su literatura no es nada despreciable y ha sabido envejecer con
elegancia. Solo hace falta echar un vistazo a cualquiera de sus obras para
descubrir no una pieza arqueológica, sino una cápsula del tiempo, un clásico
que vale la pena exhumar. Y cuando lo hagamos, recordemos una frase suya: “Fue
declarado muerto y, sin embargo, aquí está la prueba de que sigue con vida”.
Alessandra Miyagi | El comercio
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