Marx durante su corta vida analizó y escribió sobre numerosos temas: económico, político, filosófico, sociológico o antropológico, etc. Los sentimientos, emociones, deseos y anhelos del hombre social, también fueron tema de reflexión para este revolucionario.
El amor en la sociedad moderna, se presenta muchas
veces como formulación abstracta, mística o divina; ideal, ahistórica, cargada
de un romanticismo individualista y egoísta. Esta apreciación del amor,
presente en amplios sectores de la sociedad permea también a cierto sector
crítico o de izquierda. En particular para el estalinismo, el amor es “algo
meramente subjetivo, y por ende sin importancia”, una “ideología burguesa más”
a la cual hay que combatir. Esta postura no-crítica ante al amor, los
sentimientos, las emociones, la corporalidad, lleva a desarmar a la clase
trabajadora en la comprensión de su “yo” y del “otro”, pues anula los atributos
ontológicos que constituyen al ser humano como ser social.
La primera actitud —en términos teóricos— a tomar, es
comprender al amor como un fenómeno social que tiene manifestaciones
corporales, sensitivas y emotivas concretas e históricamente determinadas por
la sociedad en las que se presentan. De este primer acercamiento, el marxismo
ha hecho importantes aportes, desde Friedrich Engels hasta marxistas como
Alexandra Kollontai.
El amor como un proceso real
sensitivo
Marx junto con Engels en 1845, escriben “La sagrada
familia” con el subtítulo “Crítica de la crítica crítica”. En este libro junto
con Engels emprenderá distintas discusiones con los representantes de la
“quietud del conocer”, la “Crítica crítica”, los hegelianos de izquierda. En
esta etapa de juventud se dará el proceso de ruptura con el idealismo alemán,
por lo que la concepción del amor de Marx no aparecerá en un Marx
"hegeliano", sino en el Marx que funda su crítica sobre bases
materiales e históricas.
El capítulo IV permitirá ver explícitamente su
concepción del amor. Para ello Marx
denunciará de los hegelianos de izquierda, una dificultad
en la capacidad de sentir, expresar y analizar los fenómenos de la vida
mundana: las emociones y los sentimientos. Esta dificultad no será menor si
comprendemos la larga tradición sobre la que Hegel erigió su poderoso sistema
intelectual, de la cual los jóvenes discípulos abrevaban para crear sus
respectivos sistemas en un intento de “superar” al maestro, de los cuales el
único que realmente pudo romper con esta tradición fue el mismo Marx.
Esta tradición se funda en la negación de la vida
cotidiana, de la que todos pueden opinar y de la cual la verdad no puede
brotar. Sería el filósofo griego Platón, el primero en formular
sistemáticamente la negación de este mundo material mundano. Más tarde, en la
Edad moderna, Rene Descartes profundizará este desprecio del mundo cotidiano,
partirá del alma, de la interioridad del “yo pienso” para negar la exterioridad
y la facticidad de los sentidos; es decir el mundo, la historia quedan hechos
una hoja suelta en el aire de la abstralidad, y el cuerpo una “máquina” extraña
al alma. [1]
El idealismo Alemán, no participará en la comprensión
existencial del ser; si bien tanto en Kant como en Hegel, el punto de partida
será la facticidad (lo concreto), lo harán para negarlo y para nunca regresar.
El primero negará la imposibilidad de conocer la cosa en sí (el noúmeno, la
realidad); el segundo, llevará a la conciencia hasta el horizonte del absoluto
como espíritu. Una subjetividad absoluta, “una subjetividad que concibe y sabe
la objetividad como subjetividad, como un mundo objetivo cuyo fundamento
interno y consistencia real es el concepto, una subjetividad pues, cuya
plenitud es sólo la conceptualización de sí misma, un ser objeto de sí mismo”.
[2]
Es esta poderosa tradición de la filosofía alemana y
europea con la que Engels y Marx romperán. Esta pesada herencia llevará a los
contemporáneos intelectuales de estos revolucionarios a comprender el amor en
términos negativos, como parte de las pasiones y sentimientos que terminan por
degradar el “conocimiento puro”, la “ética pura”, la “razón pura”:
El amor saca de quicio a la quietud del conocer; no se contenta siquiera con convertir al hombre en la categoría de "objeto” para el otro ser humano, sino que lo convierte incluso en un objeto determinado y real, en este objeto individual malo (...), externo, no sólo en un objeto interior, que permanece dentro del cerebro, sino en un objeto que se manifiesta por medio de los sentidos. [3] (subrayado nuestro).
El amor para la “quietud del conocer” será una pasión
abstracta que nubla el juicio y la razón, a la que hay que combatir, y no
únicamente al amor, “sino todo lo vivo, todo lo inmediato, toda experiencia
sensible y, en general, toda experiencia real…”.
Esta “crítica crítica”, no elude las trampas del
pensamiento burgués por más que busque un refugio en la lejana “exterioridad”
de la sociedad. Intentando criticar al amor, parten de una concepción burguesa
del amor, y por ende, romántica sin siquiera intuirlo. Así anota Marx esta
crítica.
Finalmente el amor convierte al hombre, incluso (para la Crítica crítica), en "este objeto externo de la reacción afectiva” de otro hombre, en el objeto sobre el que éste trata de satisfacer su sentimiento egoísta; sentimiento egoísta, porque busca su propia esencia en el otro hombre, y esto no debe ser. La Crítica crítica se halla tan libre de todo egoísmo, que para ella toda la extensión de la esencia humana se reduce a su propio yo. [4]
Son estas concepciones las que llevarán a estos
intelectuales a asumir una actitud teórica contemplativa, emancipada de la
realidad, ajena a la actividad práctica sensitiva, transformadora,
revolucionaria. A estas posturas, Marx apunta en la Sagrada familia que el amor
es un atributo del hombre, “que ocurre en el mundo de los sentidos y entre
individuos reales”.
Esta polémica no es casual, Marx ya había desarrollado
varios elementos durante su exilio en Francia, apuntará en los Cuadernos de
París que los sentimientos y las pasiones constituyen una ontología del ser
humano, una forma de relacionarse que va más allá de los cinco sentidos. Los
“sentido espirituales”, como el amor, la amistad, son parte de “la sensibilidad
humana, la humanidad de los sentidos”, esta humanización de la naturaleza
corpórea —y también de la naturaleza como naturaleza— son gracias a la
existencia del otro como objetivación humana. [5]
Marx recupera —intelectual y políticamente— para el
hombre de carne y hueso lo que la Edad moderna le había negado, la capacidad
sensitiva, afectiva y espiritual, pues el amor es parte de su naturaleza
sensitiva. Pero va más lejos este joven, el amor de Marx no cede al amor
egoísta burgués, pues en su concepción hay una alteridad, la existencia del
otro y de la correspondencia del amor. Es así como podemos leer entonces que:
Mientras ames sin conseguir correspondencia; es decir, mientras tu amor no suscite como tal una respuesta amorosa, mientras no consigas que la expresión de tu vida amorosa te convierta a ti mismo en un hombre amado, tu amor es un fracaso, una desgracia. [6]
El marxismo vulgar estaliniano, reduce ontológicamente
el ser social a un solo atributo: el trabajo; mientras que el pensamiento
burgués reduce toda la capacidad sensitiva del ser humano real a un único
sentido, el sentido de tener, de poseer: “todos los sentidos físicos y mentales
han sido sustituidos por su simple y llana enajenación, el sentido del
tener."
El amor como actividad enajenada en
el capitalismo
Marx despoja al amor de la metafísica y del misticismo
religioso que el idealismo alemán y la sociedad burguesa había cernido sobre
ella. Una vez comprendido y “recuperado” la capacidad sensitiva y afectiva para
las grandes mayorías, para la clase trabajadora, es como podemos avanzar ahora
de lo “abstracto a lo concreto”, es decir pasar de la dimensión ontológica a la
dimensión histórica.
El amor, al igual que el hombre, tienen diferentes
expresiones según la fase histórica que estemos atravesando. El amor en la
sociedad burguesa contemporánea, entrará como actividad enajenada y enajenante.
El amor al igual que el trabajo es parte ontológica del ser humano, también
pueden expresar una capacidad creativa y productiva, y en el marco de la
sociedad capitalista, también ─si se nos permite la expresión─ de
explotabilidad. Esto lo tiene muy claro el Marx de 1848 cuando escribe el
Manifiesto: “La burguesía ha arrancado su velo sentimentalmente emotivo a las
relaciones familiares y las ha reducido a meras relaciones dineradas.” [7]
Pero el amor no solamente será tratado por el joven
Marx. Entre 1857 y 1867 trabajó en su obra cumbre, El Capital. La crítica del
sistema de categorías de la economía política burguesa será el proyecto
orientador de la principal investigación de esta época. Anteriormente habíamos
atribuido al trabajo y al amor las características de creatividad y
productividad, y por ende explotabilidad. Estas tres concepciones permiten
comprender al amor y al trabajo como fuentes vivientes de energía, como fuentes
de vida. La interpretación no es forzada, leemos que:
Al transformar el dinero en mercancías que sirven como materias formadoras de un nuevo producto o como factores del proceso laboral, al incorporar fuerza viva de trabajo a la objetividad muerta de los mismos, el capitalista transforma valor, trabajo pretérito, objetivado, muerto, en capital, en valor que se valoriza a sí mismo, en un monstruo animado que comienza a “trabajar” cual si tuviera dentro del cuerpo el amor. [8]
Marx hará “aparecer” el amor, en un periodo de madurez
intelectual ─refutando cualquier forma de ruptura epistemológica entre el joven
Marx y el maduro─, y no como una metáfora suelta o aislada. La fuerza de
trabajo, la creatividad que provee el trabajo vivo (el trabajador) queda
objetivada en la mercancía en forma de valor; toda mercancía tiene “sangre
coagulada”, trabajo muerto objetivado. Entonces será en el proceso de
producción capitalista donde el hombre será poco a poco despojado de su vida,
mientras que por fuera del proceso de producción, en la vida en sociedad le
será negada la experiencia humana sensitiva, el amor como amor, transformando
el espacio familiar en un espacio de autopreservación, haciendo del
acercamiento al amor un misterio, un “objeto” extraño que terminará
fetichizado.
Trabajo y amor, o trabajo vivo y amor tienen una
correspondencia en el pensamiento de Hegel. Los conceptos de “amor” y “vida”
están en una unidad no diferenciada: “... únicamente en el amor somos unos con
el objeto; aquí el objeto no domina ni está dominado.” [9] Este mismo pensador
anotará que “se puede llamar espíritu a la vida infinita en oposición a la
multiplicidad abstracta, puesto que espíritu es la unidad viviente de lo
múltiple”. [10]
Cuando Marx escribe “cual si tuviera dentro del cuerpo el amor”, está apoyándose de la noción hegeliana de vida (leben) que tiene una identidad no diferenciada con el amor. En Hegel la vida encontraría su expresión en su filosofía de la religión, en Marx, la vida y el amor hallarían su lugar en el análisis de las relaciones sociales y en su crítica de la economía política moderna; “cual si tuviera dentro del cuerpo el amor”, pero no lo tiene, esta expresión hace explícita la exigencia sacrificial de vida del capital. El amor como la fuerza de trabajo, “sustancias sociales” ─que no existe empíricamente─ serán despojadas permanentemente del hombre social, del trabajo vivo.
La sociedad burguesa aportará el amor como un elemento
universal, donde la posesión egoísta e individual quedará naturalizada en este
concepto. Con el desarrollo del capitalismo, este será subsumido en las
relaciones capitalistas. Ahora no será solo posesión y apropiación del otro
para los deseos del uno, sino que esta práctica sensitiva y afectiva será
orientada por el dinero, reducida a “meras relaciones dinerarias”. El amor
burgués queda profanado por el capitalismo.
El amor que no logró ser descubierto del misticismo en
la sociedad burguesa, [11] ahora pasará en el capitalismo como negación de sí.
El amor será invertido, cosificado, enajenado, como todas las demás relaciones
humanas. Así como las mercancías producidas por el hombre adquieren
características subjetivas, el amor será fetichizado. Las cualidades
ontológicas del ser social, como el trabajo o el amor han sido degradadas,
abriendo al interior de la sociedad burguesa ilimitadas formas contradictorias
de relacionarnos.
Hoy en día es más claro que el capitalismo destruye sus dos fuentes de riqueza, el hombre y la naturaleza. En la destrucción del hombre social, no solo se le destruye como el portador del trabajo vivo, sino que también se le destruye su capacidad humana sensitiva, se le destruye ontológicamente. Es por ello que luchar contra el capitalismo es recuperar las cualidades sociales —ontológicas— del ser humano que son diariamente negadas, es buscar construir la relación armónica quebrada entre el ser humano y la naturaleza, entre la corporalidad del yo y la exterioridad del otro. Tanto ayer, en 1844 o 1867, como hoy, decimos junto a Marx que “la supresión de la propiedad privada es, por tanto, la emancipación completa de todos los sentidos y propiedades humanas”.
Onésimo Hernández | La Izquierda Diario
____________________
NOTAS AL PIE
[1] Dussel, E. (1974). Método para una filosofía de la
liberación. Salamanca: Ediciones Sígueme.
[2] Marcuse, H. Ontología de Hegel. Citado en Dussel,
E. (1974). Método para una filosofía de la liberación. Salamanca: Ediciones
Sígueme.
[3] Marx, K. y Engels F. (1958). La sagrada familia.
México: Juan Grijalbo Editor. P. 86
[4] Ibidem. P. 87
[5] Marx, K. (2014) Cuadernos de París. Comp. España:
GREDOS. P. 521
[6] Ibidem.PP. 547-548
[7] Marx, K. (2014). El manifiesto comunista. Comp.
España: GREDOS. P. 584
[8] Marx, K. (2017). El Capital. Crítica de la
economía política I. Madrid: Siglo XXI. P. 257
[9] Hegel, G. (1978). Escritos de juventud. México:
FCE. P. 287
[10] Ibidem, p. 399
[11] Para comprender la referencia sobre el
“misticismo del amor” léase Marx y Engels (1958). La sagrada familia… Op. Cit
P. 129
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