A la escritora y pensadora Virginia Woolf se la considera hoy una de las mejores novelistas en lengua inglesa y una de las renovadoras de la novela moderna. Y plenamente actual… a pesar de haber nacido en 1882, el 25 de enero. En su obra refleja sus inquietudes personales y la situación de la mujer en aquel inicio del siglo XX. Referente del feminismo, su libro Una habitación propia es una reflexión sobre la independencia de la mujer y la reivindicación del papel de las escritoras. Su suicidio, en 1941, tirándose al río, ahogó su fama. En los años 60 y 70 se rescató y valoró su obra y su importancia en la literatura y el pensamiento.
Virginia Woolf no pudo más. Esta vez
era la definitiva. Sus continuos altibajos emocionales desde que era una niña
llegaban a su fin. Sus momentos de felicidad también. A una nueva depresión se
le unía el hecho de que había estallado una nueva guerra mundial –y ya iban
dos– y no se encontraba con fuerzas de volver a enfrentarse a ella, más
teniendo en cuenta que su marido era judío y pensaban que si Hitler invadía
Inglaterra, lo mejor para ellos era suicidarse. “Siento que voy a enloquecer de
nuevo. No podemos pasar otra vez por una de esas épocas terribles. Y esta vez
no puedo recuperarme. Hago lo que me parece lo mejor. Tú me has dado la máxima
felicidad posible. Hasta que vino esta terrible enfermedad. No puedo luchar
más. Te debo toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido paciente e
increíblemente bueno conmigo. Si alguien podía haberme salvado habrías sido tú.
Todo lo he perdido excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando
tu vida más tiempo. No creo que dos personas pudieran ser más felices de lo que
hemos sido tú y yo”. Fue la última carta que Virginia Woolf le escribió a su
marido antes de quitarse la vida a los 59 años. El 28 de marzo de 1941 llenó los
bolsillos de su abrigo de piedras y se tiró al río Ouse.
La alegría y la pena, el disfrute y
el fatalismo, la acción y la melancolía fueron pilares constantes en la vida de
Virginia Woolf que se alternaron sin cesar creando un pensamiento profundo que plasmó
en sus libros. “Los libros son el reflejo del alma”, dijo, y los suyos lo
fueron. Novelas, relatos, textos con un importante poso filosófico.
Al ser observado una y otra vez, casi inconscientemente, por una mente que piensa en otra cosa, cualquier objeto se mezcla tan profundamente con los pensamientos que pierde su forma real y se recompone en otra ideal, algo diferente, que acecha al cerebro cuando menos se lo espera.
De Objetos sólidos, relato
Tenía un pensamiento profundo que plasmó en sus libros. “Los libros son el reflejo del alma”, dijo, y los suyos lo fueron
Hoy Virginia Woolf sigue muy viva, «está por todas partes», decía la escritora Laura Freixas, especialista en Woolf y traductora de alguno de sus libros, en una conferencia en la Fundación Juan March en mayo de 2013. En libros, películas, obras de teatro… En lugar de irse alejando y olvidando, es cada vez más reconocida y valorada, su figura va creciendo. «¿Y por qué está por todas partes? –se pregunta Freixas–. Debido a la extraordinaria riqueza de textos, imágenes e historias que se asocian a ella y a todo su círculo». Y, añade, a los valores que imperaban en el grupo de intelectuales al que pertenecía: el feminismo, la naturalidad con la que veían la homosexualidad y la bisexualidad, el ecologismo…, tan actuales, tan de este siglo XXI.
Crecer
entre libros y pensamiento
Adeline Virginia Stephen –su
verdadero nombre– nació en Londres el 25 de enero de 1882. Su padre, Sir Leslie
Stephen, era editor, novelista, historiador y crítico literario. Su madre,
Julia Prinsep Jackson, había nacido en la India y provenía de una familia de
intelectuales y artistas. Los dos habían estado casados con anterioridad y los
dos habían enviudado. Al unirse, en su casa llegaron a juntarse ocho hijos de
los tres matrimonios. Leslie tenía una hija de su primer matrimonio, Laura, que
vivió con la nueva familia hasta que tuvo que ser internada en un centro
psiquiátrico. Julia, la madre, tenía tres hijos del matrimonio anterior:
George, Stella y Gerald. Y juntos tuvieron cuatro más: Vanessa, Thoby, Virginia
y Adrian.
Virginia se educó en casa. Eran otros
tiempos y, además, tenían recursos intelectuales para hacerlo. Sus hermanos
mayores, varones, pudieron ir a la universidad, ella no. La propia Virginia
escribió en su Diario que su padre creía que sus hijas tenían que estar a su
servicio –se quedó viudo– y cuidarlo. Gracias a la profesión –o profesiones– de
él, en su casa se respiraba un ambiente literario. Los hermanos se criaron en
un entorno muy influenciado por la sociedad literaria, artística y política de
la época. Y por los libros. Su casa estaba llena de ellos.
De niña, en su casa se respiraba un ambiente literario. Los hermanos se criaron en un entorno muy influenciado por la sociedad literaria, artística y política de la época. Y por la gran cantidad de libros que había en su casa
Los recuerdos más alegres de la infancia
de Virginia Stephen, su nombre real, como se la conocía por aquel entonces,
fueron las vacaciones que pasó en Cornualles, a donde la familia se trasladaba
en los veranos de 1882 a 1894. Su casa tenía una preciosa vista a la playa y al
faro de Godrevy, que años más tarde –en 1927– la escritora reflejaría en su
libro Al
faro, en el que Vanessa, su hermana, pintora y una de las
introductoras del impresionismo en Inglaterra, ilustra la portada de
aquella primera edición.
“¡Ah, qué hermoso! El blanco Faro, lejano, austero, se hallaba en medio; a la derecha, hasta donde alcanzaba la mirada, desvaídas e incesantes, con delicados pliegues, se veían las dunas de verde arena, con sus flores silvestres sobrevolándolas, que parecían correr perpetuamente hacia algún deshabitado país lunar. Esta era la vista que su marido amaba, dijo, deteniéndose, mientras sus ojos se volvían aún más grises.
(…) Iban al mismo lugar casi todas las tardes, como si los moviera alguna necesidad. Era como si el agua se llevara flotando los pensamientos que se hubieran estancado en la tierra seca, y les pusiera velas, y otorgara a los cuerpos alguna suerte de alivio físico. En primer lugar, el rítmico latido del color inundaba la bahía de azul, y el corazón se ensanchaba con ello, y el cuerpo se echaba a nadar; sólo que al instante siguiente se arrepentía, se detenía y se volvía rígido ante el erizado color negro de las rugosas olas. Luego, tras el peñasco negro, casi todas las tardes se levantaba un chorro irregular, y sólo había que quedarse esperando para sentir la alegría de su presencia: un surtidor de agua blanca; y además, durante la espera, se quedaba uno mirando la llegada de las olas sobre la pálida playa semicircular, una tras otra, que dejaban tras de sí una delicada película de madreperla”.
De Al faro
Una infancia feliz pero dura, una juventud entre intelectuales
Pero su infancia no fue precisamente fácil. El 5 de mayo de 1895, cuando Virginia solo tiene 13 años, su madre muere repentinamente. Esto provoca su primera crisis depresiva. Y dos años después llega el segundo golpe fuerte: muere también una de sus hermanas de madre, Stella, que se había hecho cargo de la familia tras la muerte de Julia. Virginia era solo una adolescente de 15 años. Y parece que pudo haber más horrores. Se ha dicho que durante años pudo haber sufrido abusos por parte de alguno de sus hermanos. En 1905, su padre muere de cáncer, antes de que Virginia hubiera cumplido los 23 años. Para entonces, la joven ya había intentado suicidarse por primera vez. No lo consiguió, pero sí sufrió una fuerte crisis nerviosa que hizo que la tuvieran que ingresar durante un tiempo.
Siendo muy joven, Virginia Woolf sufre la muerte de su madre, su hermana y su padre
Después de la muerte de su padre, Virginia, Vanessa, Adrian y Thoby vendieron su casa y compraron otra en Bloomsbury, un barrio del centro de Londres. El nuevo hogar de los cuatro hermanos se convirtió en centro de reunión de un grupo elitista de intelectuales británicos que destacaron en la literatura, el arte y la vida social de Londres a principios del siglo XX. Y de él formaban parte Virginia Stephen, su hermana pequeña, sus hermanos y los amigos que los mayores habían hecho en Cambridge. Por allí pasaron figuras importantes como el economista Keynes, los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, escritores como T. S. Eliot o la líder del movimiento sufragista Emmeline Pankhurst. Pronto fueron conocidos como el círculo de Bloomsbury. Estas reuniones y estas amistades abrieron un nuevo mundo a Virginia. La igualdad entre los sexos, el feminismo, la aceptación de la homosexualidad y la bisexualidad, el amor por el arte, el pacifismo, el ecologismo… eran los valores que reinaban en este grupo.
¿Quién teme a Virginia Woolf? Lo explicaba Laura Freixas en su
conferencia en la Fundación Juan March. El primer gran impulso a la escritora
inglesa se lo dio en 1962 la obra ¿Quién teme a Virginia Woolf?, del
americano Edward Albee. «Es muy interesante ver que esta primera presentación
al gran público de la figura de Virginia Woolf va asociada al miedo –explica
Freixas–. En esta obra Virginia Woolf no aparece como personaje. Los
personajes son dos profesores universitarios, uno mayor y otro joven y recién
llegado, y sus esposas, que, como era habitual en esa época, clase social,
país, etc., eran «esposas de», mujeres que no trabajan y se dedican a ayudar
a sus maridos, con los que, sin embargo, tienen una relación muy conflictiva.
Es una obra llena de angustia y tensión. En ella Virginia Woolf está presente
simplemente como una figura imaginaria (…). Esta figura femenina poderosa
intelectualmente, que podría ser un referente para estas esposas muy
evidentemente frustradas, es una figura amenazadora». Y Laura Freixas destaca
este hecho que considera característico de nuestra cultura: ver a las mujeres
poderosas como una amenaza, cuando en la realidad y la práctica las mujeres
tienen más motivos para sentirse amenazadas que amenazadoras.
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Un fin de viaje premonitorio
En el verano de 1907, Virginia
empieza a escribir un libro titulado Fin de viaje. Era su primera novela y en
ella la vida de la protagonista termina de forma prematura. La obra tenía algo
de premonitorio. En aquel momento, la escritora era o parecía feliz. Toda su
vida sufrió alteraciones mentales que le producían cambios extremos en el
estado de ánimo. Los períodos de sentirse triste o deprimida se alternaban con
otros de felicidad.
En 1912, con 30 años, se casa con
Leonard Woolf, escritor y economista, al que había conocido en el círculo de
Bloomsbury y cuyo apellido adopta. Virginia Woolf. Así será conocida para
siempre en el mundo de la literatura. Cinco años después, en 1917, crean juntos
la editorial Hogarth Press, que publica la obra de la propia Virginia y de
otros importantes autores, como Freud.
Los textos de Virginia Woolf tienen
como eje a la mujer. En 1925 publica La señora Dalloway, el relato de un día en
la vida de Clarissa Dalloway, una mujer de la alta sociedad. Junto a la
historia en sí, la escritora refleja la condición de la mujer y la represión
que sufría en la época, retratando la sociedad del momento.
Ese mismo año conoce a la escritora
Vita Sackville-West, con quien mantiene una relación amorosa primero y de
amistad después, cuando cada una continuó con su matrimonio. Woolf se inspiró
en Sackville-West para escribir en 1928 su novela Orlando. En ella, Virginia
Woolf habla de temas de los que no se hablaba en aquella época: la sexualidad
de la mujer, la homosexualidad… Creó el personaje de Orlando, quien desde su
nacimiento como niño va haciendo un viaje vital a través de épocas y lugares
que incluye la transformación de hombre a mujer. El hijo de Vita dijo del libro
que era “la carta de amor más larga y encantadora en la historia de la
literatura”.
“Esta modestia de su obra, esta vanidad de su persona, estos temores por su seguridad, parecen desmentir lo que antes dijimos sobre la absoluta igualdad de Orlando hombre y de Orlando mujer. Se estaba poniendo algo más modesta, como la mayoría de las mujeres, de su inteligencia; un poco más vanidosa, como la mayoría de las mujeres, de su persona. Ciertas sensibilidades aumentaban, otras disminuían.
Algunos filósofos dirán que el cambio de traje tenía buena parte en ello. Esos filósofos sostienen que los trajes, aunque parezcan frivolidades, tienen un papel más importante que el de cubrirnos. Cambian nuestra visión del mundo y la visión que tiene de nosotros el mundo. (…) Orlando había saludado, había aceptado, había halagado el humor del buen hombre: lo que no hubiera sucedido si el capitán en vez de pantalones hubiera llevado faldas, y confirma la tesis de que son los trajes los que nos usan, y no nosotros los que usamos los trajes: podemos imponerles la forma de nuestro brazo o de nuestro pecho, pero ellos forman a su antojo nuestros corazones, nuestras lenguas, nuestros cerebros (…). Si comparamos el retrato de Orlando hombre con el de Orlando mujer, veremos que aunque los dos son indudablemente una y la misma persona, hay ciertos cambios. El hombre tiene libre la mano para empuñar la espada, la mujer debe usarla para retener las sedas sobre sus hombros. El hombre mira el mundo de frente como si fuera hecho para su uso particular y arreglado a sus gustos. La mujer lo mira de reojo, llena de sutileza, llena de cavilaciones tal vez. Si hubieran usado trajes iguales, no es imposible que su punto de vista hubiera sido igual.
Tal es el parecer de algunos filósofos, que por cierto son sabios, pero nosotros no lo aceptamos (…). La diferencia de los sexos es más profunda. Los trajes no son otra cosa que símbolos de algo escondido muy adentro. Fue una transformación de la misma Orlando la que determinó su elección del traje de mujer y sexo de mujer. Quizá al obrar así, ella sólo expresó un poco más abiertamente que lo habitual (…) algo que les ocurre a muchas personas y que no manifiestan. De nuevo nos encontramos ante un dilema. Por diversos que sean los sexos, se confunden. No hay ser humano que no oscile de un sexo a otro, y a menudo sólo los trajes siguen siendo varones o mujeres, mientras que el sexo oculto es lo contrario del que está a la vista”.
De Orlando
¿Qué necesitan las mujeres para escribir buenas novelas? Independencia económica y personal, o sea, una habitación propia
En 1928, Virginia Woolf da dos conferencias sobre el tema de la mujer y la escritura. Y en ellas se plantea una cuestión: ¿qué necesitan las mujeres para escribir buenas novelas? Independencia económica y personal, o sea, una habitación propia, se responde. La libertad que proporciona el dinero dará a las mujeres la libertad para escribir. Y adaptando los textos de estas dos conferencias nace un nuevo libro, Una habitación propia, un ensayo feminista. En él Virginia Woolf plantea el problema de ser una mujer que piensa y escribe, como dice Anna Pagés en su blog de Filosofía&co.
“Cuando me pedisteis que hablara de las mujeres y la novela, me senté a orillas de un río y me puse a pensar qué significarían esas palabras. Quizás implicaban sencillamente unas cuantas observaciones sobre Fanny Burney; algunas más sobre Jane Austen; un tributo a las Brontë y un esbozo de la rectoría de Haworth bajo la nieve; algunas agudezas, de ser posible, sobre Miss Mitford; una alusión respetuosa a George Eliot; una referencia a Mrs. Gaskell y esto habría bastado. Pero, pensándolo mejor, estas palabras no me parecieron tan sencillas. El título ‘Las mujeres y la novela’ quizá significaba, y quizás era este el sentido que le dabais, las mujeres y su modo de ser; o las mujeres y las novelas que escriben; o las mujeres y las fantasías que se han escrito sobre ellas; o quizás estos tres sentidos estaban inextricablemente unidos y así es como queríais que yo enfocara el tema. Pero cuando me puse a enfocarlo de este modo, que me pareció el más interesante, pronto me di cuenta de que esto presentaba un grave inconveniente. Nunca podría llegar a una conclusión. Nunca podría cumplir con lo que, tengo entendido, es el deber primordial de un conferenciante: entregaros tras un discurso de una hora una pepita de verdad pura para que la guardarais entre las hojas de vuestros cuadernos de apuntes y la conservarais para siempre en la repisa de la chimenea. Cuanto podía ofreceros era una opinión sobre un punto sin demasiada importancia: que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas; y esto, como veis, deja sin resolver el gran problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela. He faltado a mi deber de llegar a una conclusión acerca de estas dos cuestiones; las mujeres y la novela siguen siendo, en lo que a mí respecta, problemas sin resolver”.
De Una habitación propia
El
suicidio que sí logró
El 28 de marzo de 1941 Virginia Woolf fue a un río cercano a su casa, llenó sus bolsillos de piedras y se tiró al agua. No volvió a salir. Allí murió a los 59 años. Una profunda depresión y la incapacidad de soportar la Segunda Guerra Mundial acabaron con ella. Su vida terminó precipitadamente, como la de la protagonista de su Fin de viaje… Se despidió de su marido, al que amaba profundamente, con una carta. Y a todos los demás nos dejó su obra.
Palabra de Virginia Woolf
- «La vida
es sueño; el despertar es lo que nos mata»
- “No hay
barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente»
- «No hay
prisa. No hay necesidad de brillar. No es necesario ser nadie salvo uno mismo»
- «Y de
nuevo volvió a sentirse sola ante la presencia de su eterna antagonista: la
vida»
- «Es
obvio que los valores de las mujeres difieren con frecuencia de los valores
creados por el otro sexo y, sin embargo, son los valores masculinos los que
predominan»
- «Cada uno tenía su pasado encerrado dentro de sí mismo, como las hojas de un libro aprendido por ellos de memoria, y sus amigos podían leer solo el título»
- «El amor es una ilusión, una historia que una construye en su mente, consciente todo el tiempo de que no es verdad, y por eso pone cuidado en no destruir la ilusión».
Filosofía &Co | Amalia Mosquera
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