En los 46 años que vivió, Charles Baudelaire se expuso a todos
los males que acosaban su era y analizó el mundo que lo rodeaba desde ahí.
Recurrió al alcohol y a las drogas en exceso, se contagió de sífilis y se
enredó en las relaciones más sórdidas. Sin embargo, nada de eso nubló un poder
introspectivo inaudito y un nulo pudor para retratarlo todo tal cual lo veía,
desde una profunda oscuridad que reinventó la cartografía poética de las ciudades
y marcó las claves de la vanguardia.
Nació en París el 9 de abril de 1821, hijo de Caroline Dufaÿs,
que tenía 30 años y Joseph-François
Baudelaire, de 60. Su padre murió cuando tenía tan sólo cinco años y su madre
se volvió a casar rápidamente. Aunque a él lo cuidaba y educaba Mariette, la
mujer que trabajaba en su casa, Baudelaire se sintió abandonado, especialmente
por Caroline, pues se había casado con un hombre al cual el joven detestaba,
Jacques Aupick, alto mando del ejército parisino.
Baudelaire creció en una familia puritana, rígida de religión
y pensamiento. Su padre había sido seminarista y la posición política del
padrastro acabó por encuadrar las tradiciones de la casa. La madre, mujer de la
época, aceptó y adoptó las rigideces. Se mudaron algunas veces, de París a Lyon
y de vuelta. Mientras, el joven leyó a Sainte-Beuve, a Chenier y a Musset.
En 1840 Baudelaire entró a la Facultad de Derecho y aprendió
más del Barrio Latino de París. Conoció a Gérard de Nerval, a Théodore de
Bacille, a Balzac y a Sainte-Beuve, con quien intimó tanto que fue de los pocos
amigos que lo visitaron en la clínica hidroterapéutica del doctor Émile Duval,
donde murió en los brazos de su madre.
Entre drogas y alcohol, adoptó la vie boheme. Empezó a
frecuentar un prostíbulo donde trabajaba Sarah, su prostituta favorita, pelona
y bizca, a quien le dedicó uno de los poemas en su libro más famoso, Las flores
del mal.
Une nuit que j’étais près d’une affreuse Juive, Comme au long
d’un cadavre un cadavre étendu, Je me pris à songer près de ce corps vendu à la
triste beauté dont mon désir se prive.
Una noche en que estaba con una horrible judía, como un
cadáver tendido junto a otro, pensaba, al lado de aquel cuerpo vendido, en esta
triste belleza de la cual mi deseo se priva
También se enamoró de Jeanne Duval, a quien conoció en 1842,
cuando ella recién llegaba de Haití. Le fascinó por mulata, por negra, porque
había llegado a un mundo de blancos que se regodeaban entre blancos. Pasaron
dos décadas juntos, aunque nunca exclusivos. Duval –que en realidad se
apellidaba Lemaire– tenía un particular gusto por las mujeres.
“Como poeta, Baudelaire se atrevió a violar la melodía del
alejandrino francés con todo el ruido del París del Segundo Imperio, preparando
a la poesía para su destierro agónico en el ámbito de la prostitución, la
publicidad y el periodismo”, escribió Andreu Jaume en abril del año pasado. Fue
el poeta maldito por excelencia, que encontró en lo decrépito y asqueroso la
belleza oscurecida. El conquistador de los lugares desconocidos, de lo que no
estaba bien visto.
Bajo la mirada de Baudelaire, “los niños, de horrorosa
presencia, son piojosos, mugrientos e inmundos. Los machos no saben andar y
miran de un modo arisco, sombrío y receloso. Las hembras se caracterizan por su
hedor y por una tipología semejante al borrego. Nada se salva, la vileza se
extiende por los alimentos, las tabernas, las costumbres y, por supuesto, las
almas”, escribió el crítico literario Luis García Montero sobre el poeta.
Charles Baudelaire peleaba constantemente con su padrastro,
quién lo forzaba a recatarse en el status quo burgués, y él, ya contagiado de
todo vicio habido, repelía los intentos del general. Comenzó a hacer críticas
literarias, musicales y artísticas, volviéndose una de las voces más
importantes de los salones parisinos. Llevó a la fama a Delacroix, calificó a
Wagner como el futuro de la música y se empecinó con Hoffmann y Edgar Allan
Poe, que influenciaron la única novela que escribió, La Fanfarlo (1847) y
empatizaron con su negrura y lo espeso de su alma.
Aunque su escritura era prolífica, el reconocimiento que
recibía era muy limitado. Enrollado en una vida bohemia, se le asociaba más a
su poco refinamiento que a algún talento linguístico. En 1845 se intentó
suicidar, apuñalándose unas cuantas veces, sin conseguir el cometido. Antes de
hacerlo le escribió una carta a Duval explicando sus razones: “Cuando la
señorita Jeanne Lemer le entregue esta carta, estaré muerto (…) Me mato porque
no puedo vivir más, pues el cansancio al dormirme y el cansancio al despertarme
me son insoportables”. Tenía 24 años. Era pobre, alcohólico y ya estaba enfermo
de sífilis.
Publicó Las flores del mal en 1857. Las flores, los poemas,
son de un romanticismo oscuro, en el que se muestra a sí mismo como el
rechazado de la sociedad burguesa, que tras la revolución francesa sólo ha
logrado americanizarse, llevando hasta los vicios más profundos a un tedio
insoportable.
La obra está planteada a partir de piezas que arman una
totalidad y que no deben de leerse solas, aunque tampoco tienen un orden en
específico. La respuesta de la crítica fue devastadora, especialmente una
publicada en Le Figaro, que provocó que muchos de sus poemas fueran censurados,
acusando Baudelaire de inmoral.
“Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las
palabras inmoralidad y moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a
Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al
Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara.
Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros
inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias”,
respondió el poeta.
A pesar de su mal recibimiento inicial, Las flores del mal se
convirtió en una de las obras fundamental de la literatura universal. El
romanticismo Lord Byron, Mary Shelley, John Keats, Víctor Hugo, Alfred Victor
de Vigny, Alfred de Musset, Gérard de Nerval se rompió, para dar paso a la
modernidad, fundada en la crisis espiritual, en el narcisismo refinado, la
crítica social y el culturalismo cosmopolita. Hay quienes dicen que Baudelaire
es el poeta de modernidad, precisamente porque la señaló como una crisis
absoluta de la humanidad.
En 1869 llegó El spleen de París, póstumo; un libro compuesto
de 50 poemas en prosa que dudó de los mitos surgidos en la revolución de 1789,
como el modelo de la dictadura de lo políticamente correcto.
“Pero volver a su obra, ahora que ya estamos en el siglo XXI y
podemos vislumbrar cuál va a ser nuestro horror, es un ejercicio de preparación
imprescindible”, dice Jaume.
Más allá de sus obras maestras, Baudelaire dejó tras de sí
muchos otros textos, dispersos en diarios personales y revistas parisinas, a
veces congregados en antologías que ahora leen estudiantes, amantes de la
literatura, cultos y aspirantes a bohemios.
Y es que Baudelaire, alguien que lanzaba frases como “el arte
es prostitución”, tuvo como máximo vicio, aún más que las mujeres, más que el
alcohol e incluso más que las drogas, contar las partes más oscuras, retorcidas
y despreciadas de la realidad, a través de la erudición incisiva de sus
palabras poseídas por una ira e inteligencia desmedidas.
Hasta el momento no encuentro otro poeta mas lacerante que Baudelaire. El poeta maldita por antanomasia.
ResponderEliminar