lunes, 5 de agosto de 2019

Baudelaire y el vicio de lo horrendo




En los 46 años que vivió, Charles Baudelaire se expuso a todos los males que acosaban su era y analizó el mundo que lo rodeaba desde ahí. Recurrió al alcohol y a las drogas en exceso, se contagió de sífilis y se enredó en las relaciones más sórdidas. Sin embargo, nada de eso nubló un poder introspectivo inaudito y un nulo pudor para retratarlo todo tal cual lo veía, desde una profunda oscuridad que reinventó la cartografía poética de las ciudades y marcó las claves de la vanguardia.


Nació en París el 9 de abril de 1821, hijo de Caroline Dufaÿs, que tenía 30 años y  Joseph-François Baudelaire, de 60. Su padre murió cuando tenía tan sólo cinco años y su madre se volvió a casar rápidamente. Aunque a él lo cuidaba y educaba Mariette, la mujer que trabajaba en su casa, Baudelaire se sintió abandonado, especialmente por Caroline, pues se había casado con un hombre al cual el joven detestaba, Jacques Aupick, alto mando del ejército parisino.

Baudelaire creció en una familia puritana, rígida de religión y pensamiento. Su padre había sido seminarista y la posición política del padrastro acabó por encuadrar las tradiciones de la casa. La madre, mujer de la época, aceptó y adoptó las rigideces. Se mudaron algunas veces, de París a Lyon y de vuelta. Mientras, el joven leyó a Sainte-Beuve, a Chenier y a Musset.

En 1840 Baudelaire entró a la Facultad de Derecho y aprendió más del Barrio Latino de París. Conoció a Gérard de Nerval, a Théodore de Bacille, a Balzac y a Sainte-Beuve, con quien intimó tanto que fue de los pocos amigos que lo visitaron en la clínica hidroterapéutica del doctor Émile Duval, donde murió en los brazos de su madre.

Entre drogas y alcohol, adoptó la vie boheme. Empezó a frecuentar un prostíbulo donde trabajaba Sarah, su prostituta favorita, pelona y bizca, a quien le dedicó uno de los poemas en su libro más famoso, Las flores del mal.


Une nuit que j’étais près d’une affreuse Juive, Comme au long d’un cadavre un cadavre étendu, Je me pris à songer près de ce corps vendu à la triste beauté dont mon désir se prive.

Una noche en que estaba con una horrible judía, como un cadáver tendido junto a otro, pensaba, al lado de aquel cuerpo vendido, en esta triste belleza de la cual mi deseo se priva

También se enamoró de Jeanne Duval, a quien conoció en 1842, cuando ella recién llegaba de Haití. Le fascinó por mulata, por negra, porque había llegado a un mundo de blancos que se regodeaban entre blancos. Pasaron dos décadas juntos, aunque nunca exclusivos. Duval –que en realidad se apellidaba Lemaire– tenía un particular gusto por las mujeres.

“Como poeta, Baudelaire se atrevió a violar la melodía del alejandrino francés con todo el ruido del París del Segundo Imperio, preparando a la poesía para su destierro agónico en el ámbito de la prostitución, la publicidad y el periodismo”, escribió Andreu Jaume en abril del año pasado. Fue el poeta maldito por excelencia, que encontró en lo decrépito y asqueroso la belleza oscurecida. El conquistador de los lugares desconocidos, de lo que no estaba bien visto.

Bajo la mirada de Baudelaire, “los niños, de horrorosa presencia, son piojosos, mugrientos e inmundos. Los machos no saben andar y miran de un modo arisco, sombrío y receloso. Las hembras se caracterizan por su hedor y por una tipología semejante al borrego. Nada se salva, la vileza se extiende por los alimentos, las tabernas, las costumbres y, por supuesto, las almas”, escribió el crítico literario Luis García Montero sobre el poeta.

Charles Baudelaire peleaba constantemente con su padrastro, quién lo forzaba a recatarse en el status quo burgués, y él, ya contagiado de todo vicio habido, repelía los intentos del general. Comenzó a hacer críticas literarias, musicales y artísticas, volviéndose una de las voces más importantes de los salones parisinos. Llevó a la fama a Delacroix, calificó a Wagner como el futuro de la música y se empecinó con Hoffmann y Edgar Allan Poe, que influenciaron la única novela que escribió, La Fanfarlo (1847) y empatizaron con su negrura y lo espeso de su alma.

Aunque su escritura era prolífica, el reconocimiento que recibía era muy limitado. Enrollado en una vida bohemia, se le asociaba más a su poco refinamiento que a algún talento linguístico. En 1845 se intentó suicidar, apuñalándose unas cuantas veces, sin conseguir el cometido. Antes de hacerlo le escribió una carta a Duval explicando sus razones: “Cuando la señorita Jeanne Lemer le entregue esta carta, estaré muerto (…) Me mato porque no puedo vivir más, pues el cansancio al dormirme y el cansancio al despertarme me son insoportables”. Tenía 24 años. Era pobre, alcohólico y ya estaba enfermo de sífilis.

Publicó Las flores del mal en 1857. Las flores, los poemas, son de un romanticismo oscuro, en el que se muestra a sí mismo como el rechazado de la sociedad burguesa, que tras la revolución francesa sólo ha logrado americanizarse, llevando hasta los vicios más profundos a un tedio insoportable.

La obra está planteada a partir de piezas que arman una totalidad y que no deben de leerse solas, aunque tampoco tienen un orden en específico. La respuesta de la crítica fue devastadora, especialmente una publicada en Le Figaro, que provocó que muchos de sus poemas fueran censurados, acusando Baudelaire de inmoral.

“Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras inmoralidad y moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias”, respondió el poeta.

A pesar de su mal recibimiento inicial, Las flores del mal se convirtió en una de las obras fundamental de la literatura universal. El romanticismo Lord Byron, Mary Shelley, John Keats, Víctor Hugo, Alfred Victor de Vigny, Alfred de Musset, Gérard de Nerval se rompió, para dar paso a la modernidad, fundada en la crisis espiritual, en el narcisismo refinado, la crítica social y el culturalismo cosmopolita. Hay quienes dicen que Baudelaire es el poeta de modernidad, precisamente porque la señaló como una crisis absoluta de la humanidad.

En 1869 llegó El spleen de París, póstumo; un libro compuesto de 50 poemas en prosa que dudó de los mitos surgidos en la revolución de 1789, como el modelo de la dictadura de lo políticamente correcto.

“Pero volver a su obra, ahora que ya estamos en el siglo XXI y podemos vislumbrar cuál va a ser nuestro horror, es un ejercicio de preparación imprescindible”, dice Jaume.

Más allá de sus obras maestras, Baudelaire dejó tras de sí muchos otros textos, dispersos en diarios personales y revistas parisinas, a veces congregados en antologías que ahora leen estudiantes, amantes de la literatura, cultos y aspirantes a bohemios.

Y es que Baudelaire, alguien que lanzaba frases como “el arte es prostitución”, tuvo como máximo vicio, aún más que las mujeres, más que el alcohol e incluso más que las drogas, contar las partes más oscuras, retorcidas y despreciadas de la realidad, a través de la erudición incisiva de sus palabras poseídas por una ira e inteligencia desmedidas.

Gato Pardo

1 comentario:

  1. Hasta el momento no encuentro otro poeta mas lacerante que Baudelaire. El poeta maldita por antanomasia.

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