Por Nancy Giampaolo
Como
muchos debates propuestos por el movimiento de género -protagonista indiscutido
de los medios de comunicación y las redes sociales- el del lenguaje inclusivo
también se dirime en el terreno de las palabras. Popularmente, se instaló una
idea que pocos discuten con argumentos fundados: si cambio mi manera de hablar,
cambio mis conductas. Vale la pena revisar, de la mano de datos comprobables,
la veracidad de este supuesto, destinado a afianzar una nueva forma de
corrección política que, a veces, permuta comprobación empírica por pensamiento
conspirativo, diluyendo, justamente, la vocación inclusiva que proclama.
En
un escrito publicado por Daniel Molina se aclara que “todas las lenguas aceptan
cambios. Pero solo los aceptan en el nivel del léxico, de la fonética y de la
ortografía. En el nivel gramatical no” por lo que la pretensión de aplicar
modificaciones gramaticales al castellano, sería equivalente a dejarlo atrás
para generar un idioma nuevo. “Cuando los pueblos del occidente del Imperio
Romano dejaron de declinar las palabras –se explaya- pasaron del latín al
francés, al rumano, al catalán, al italiano, al portugués y al castellano. Un
cambio gramatical creó otros idiomas. Fue un proceso inconsciente y llevó
siglos. No se conocen cambios gramaticales que permitan seguir hablando la
misma lengua. Tampoco se conocen cambios de idioma que hayan surgido de una
militancia ideológica”.
Al-Muháyir también se tomó el trabajo de establecer comparaciones con
otras lenguas como el finlandés, el japonés, el guaraní y el islandés, cuyos
casos resultan reveladores al momento de comparar avances en derechos
individuales de las mujeres y presunto sexismo encubierto en el habla. “La
forma de organización política asamblearia que fundaron los vikingos, conocida
como la Mancomunidad Islandesa, es a menudo mencionada como una de las
democracias más antiguas y perennes del planeta”, expresa, al tiempo que da cuenta
de las luchas de las mujeres de aquel país y sus exitosísimos resultados. Sin
embargo, el islandés es una de los idiomas más conservadores que existen (no
acepta neologismos y hay una ley que obliga a que al menos uno de los nombres
de cada niño que nace sea tradicional y folclórico, entre otras medidas de
preservación del habla histórica) y usa nada menos que “la palabra ‘hombre’ o
‘marido’ para englobar a ambos géneros cuando se trata de expresar de forma
impersonal algo acerca de uno mismo”. En cuanto al guaraní, hablado también en
nuestro territorio, en el que aún persisten comunidades muy cerradas que
sostienen una estructura patriarcal que niega a las mujeres la participación en
la toma de decisiones no domésticas, el lingüista aclara que “al igual que el
finés y el japonés, no tiene género gramatical, aunque el sexo puede marcarse
en las personas mayores y animales superiores con un sufijo a tal efecto”. Y
agrega que “no parece que la sociedad guaraní esté cognitivamente muy
influenciada por la carencia de géneros de su lengua para darle un lugar más
igualitario a la mujer en su cultura”
Molina,
a su vez, continúa el razonamiento basado en que la creación de un género
neutro implica “un cambio de la estructura que le da sentido al idioma y que
nos permite entenderlo” enfatizando que “convendría seguir con el castellano
porque es el idioma más inclusivo que jamás existió. Lo hablan 570.000.000 de
personas desde que nacen, desde analfabetos pobres a catedráticos ricos. Se lo
habla en más de 30 países, en cientos de culturas distintas, en miles de
contextos lingüísticos diferentes”.
Por
su parte, Al-Muháyir encuentra cierta explicación del fenómeno del lenguaje
inclusivo en el creciente pensamiento conspirativo que prolifera especialmente
en Internet, un terreno también predilecto de las reivindicaciones de género:
“Las creencias conspiranoicas están apoyadas no en una observación de toda la
evidencia disponible, sino en el hecho de que el desconocimiento generalizado
de la evidencia permite justificar públicamente conclusiones políticas o
religiosas que fueron sacadas de antemano. En el caso particular del sentido
machista del masculino inclusivo o genérico, estaríamos probablemente ante la
presencia de un mito amparado en el monolingüismo, es decir, una creencia que
sólo es posible sostener si se toma a la lengua castellana como único marco de
referencia para universalizar conclusiones que tienen serias implicancias
sociológicas y neurolingüísticas”. En
contrapartida, hace referencia a las conclusiones de, Yásnaya Aguilar, también
lingüista y hablante nativa del ayuujk o mixe alto del sur: “En la gramática
del español solo existen dos grupos y lo que pertenezca a uno u a otro pocas
veces tiene que ver con el sexo de su referente en el mundo, el sustantivo
‘llama’ es de género gramatical femenino, aunque sus referentes sean animales
sexuados tanto masculinos como femeninos. En el mundo pertenecen a dos
clasificaciones distintas, en la gramática a una sola. Hay que separar las
palabras de sus referentes. Las palabras pertenecen a la gramática, los
referentes al mundo y los principios de clasificación no son los mismos en la
gramática y en el mundo; de ahí que utilizar‚ ´los niños´ para referirse a
seres sexuados masculinos y femeninos no implica discriminación, se refiere a
todo el conjunto porque la palabra‚ “niños” no es masculino en cuanto al sexo,
simplemente indica que pertenece a una de las dos clases de sustantivos del
español, la misma a la que pertenecen ‘piso’, ‘amor’, ‘ruido’, ‘cenit’, ‘lápiz’”.
Atento
a las connotaciones políticas que signan la cuestión, Molina reflexiona sobre
una “militancia” que busca imponer nuevas formas, pero afirma que no hay
posibilidades de contrarrestar el curso natural del habla de un pueblo: “Si es
una forma de sentirse bien con las propias ideas y su uso es por parte de los
militantes, no hay nada que agregar: tienen todo su derecho de manifestarse
cómo quieran. Pero si se pretende suplantar el castellano por la nueva lengua
artificial, y se lo hace a través de la imposición en el ámbito escolar y de la
coerción política, ya podemos hablar de totalitarismo. Igual, toda la historia
de los idiomas demuestra que no importa qué salvaje haya sido un poder, jamás
nadie logró imponer un lenguaje artificial al conjunto de los hablantes de una
lengua natural. Visto desde esta perspectiva, el lenguaje inclusivo es
realmente una solución falsa a un problema que no existe”.
Kontrainfo.com
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