Pero ¿no llega la novela al fin de su camino por su propia
lógica interna? ¿No ha explotado ya todas sus posibilidades, todos sus
conocimientos y todas sus formas? He oído comparar su historia con las minas de
carbón desde hace ya largo tiempo agotadas. Pero ¿no se parece quizá más al
cementerio de las ocasiones perdidas, de las llamadas no escuchadas? Hay cuatro
llamadas a las que soy especialmente sensible.
La llamada del sueño. – Fue Franz Kafka quien despertó
repentinamente la imaginación dormida del siglo XIX y quien consiguió lo que
postularon los surrealistas después de él sin lograrlo del todo: la fusión del
sueño y la realidad. Esta es, de hecho, una antigua ambición estética de la
novela, presentida ya por Novalis, pero que exige el arte de una alquimia que
sólo Kafka ha descubierto unos cien años después. Este enorme descubrimiento es
menos el término de una evolución que una apertura inesperada que demuestra que
la novela es el lugar en el cual la imaginación puede explotar como en un sueño
y que la novela puede liberarse del imperativo aparentemente ineluctable de la
verosimilitud.
La llamada del pensamiento. – Musil y Broch dieron entrada en
el escenario de la novela a una inteligencia soberana y radiante. No para
transformar la novela en filosofía, sino para movilizar sobre la base del
relato todos los medios, racionales e irracionales, narrativos y meditativos,
que pudieran iluminar el ser del hombre; hacer de la novela la suprema síntesis
intelectual. ¿Es su proeza el fin de la historia de la novela, o más bien la
invitación a un largo viaje?
La llamada del tiempo. – El período de las paradojas
terminales incita al novelista a no limitar la cuestión del tiempo al problema
proustiano de la memoria personal, sino a ampliarla al enigma del tiempo
colectivo, del tiempo de Europa, la Europa que se gira para mirar el pasado,
para hacer su propio balance, para captar su propia historia, al igual que un
anciano capta con una sola mirada su vida pasada. De ahí el deseo de franquear
los límites temporales de una vida individual en los que la novela había estado
hasta entonces encerrada incorporando a su ámbito varias épocas históricas.
(Aragon y Fuentes ya lo han intentado.)
Pero no quiero profetizar sobre los futuros derroteros de la
novela, de los que nada sé; quiero decir únicamente: si la novela debe
realmente desaparecer, no es porque esté completamente agotada, sino porque se
encuentra en un mundo que ya no es el suyo.
Milan Kundera
La desprestigiada herencia de Cervantes
Cuadro de Lucien Jonas
El joven minero
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