Primero que todo, perdóneme que hable sentado, pero la verdad
es que si me levanto corro el riesgo de caerme de miedo. De veras. Yo siempre
creí que los cinco minutos más terribles de mi vida me tocaría pasarlos en un
avión y delante de 20 a 30 personas, no delante de 200 amigos como ahora.
Afortunadamente, lo que me sucede en este momento me permite empezar a hablar
de mi literatura, ya que estaba pensando que yo comencé a ser escritor en la
misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza. Confieso que hice todo lo
posible por no asistir a esta asamblea: traté de enfermarme, busqué que me
diera una pulmonía, fui a donde el peluquero con la esperanza de que me
degollara y, por último, se me ocurrió la idea de venir sin saco y sin corbata
para que no me permitieran entrar en una reunión tan formal como esta, pero
olvidaba que estaba en Venezuela, en donde a todas partes se puede ir en
camisa. Resultado: que aquí estoy y no sé por dónde empezar. Pero les puedo
contar, por ejemplo, cómo comencé a escribir.