lunes, 15 de abril de 2019

ARTUR LUNDKVIST: LA FUNCIÓN DEL ESCRITOR, Cambiar el mundo.


ARTUR LUNDKVIST El escritor tiene como oficio la obligación que él mismo se impone de cambiar el mundo. Por esa razón, el creador de literatura se pone ante la máquina. Le mantiene vivo la convicción de que puede lograr esa revolución que consiste en convertir en realidad lo que habita en su imaginación.


El escritor es un trabajador especial que no pertenece a ningún sindicato. Como trabajador, se encuentra en una dudosa posición de libertad. Su lealtad no nace de ningún grupo determinado, sino de sí mismo, de su visión de la vida y su capacidad de expresarla. El escritor está expuesto a dos exigencias entre las que tiene que hallar un equilibrio: la exigencia de la realidad y la de la fantasía. No puede traicionar ninguna de las dos sin traicionar la esencia de su misión. Su función como trabajador especial es, entre otras, ser un intermediario entre la realidad y la fantasía, construir puentes entre esas instancias a menudo antagónicas.

El dominio del escritor no es solamente el tiempo histérico sino que está igualmente ligado al acontecer que nace constantemente de la actualidad, eso que ha de transformarse en futuro.

Lo que imaginemos puede contribuir a formar lo que ha de ser. La visión de hoy día será más o menos la realidad del día de mañana. Y es en este plano donde radica la especialidad del trabajo del escritor: preparar, mediante la unión de la realidad y la fantasía, el futuro.

Herencia de Marx

Marx nos legó una exigencia: ¡cambiar el mundo! Pero los poetas le respondimos: ¡transformar la vida! Esto podría considerarse como una misma aspiración formulada desde dos métodos de trabajo diferentes. La vida no puede transformarse si no cambiamos el mundo, y viceversa.

Pero no son muchos los que comparten esta idea de cambiar el mundo y transformar la vida. Algunos confiesan la necesidad de ciertos cambios, pero los consideran imposibles: el hombre y el mundo son, en lo fundamental, eternamente los mismos.

Para otros, los cambios no son siquiera deseables, aunque sean posibles: todo es como es y así debe seguir siendo, el mejor estado de cosas en el mejor de los mundos.

Sin embargo, la mayoría inteligente se da cuenta actualmente de que el mundo puede y debe cambiarse. La vida se nos transforma de un año a otro, con una velocidad muy parecida a una amenaza. Y es aquí donde surge la cuestión de cómo podría uno, conscientemente, contribuir al cambio para de ese modo influirlo y determinarlo.

La humanidad está en pleno camino de configurar su propio destino y de crear un futuro posible. Ya nada está en manos de los dioses, a los que usurparnos sus atribuciones y también su responsabilidad. La ciencia moderna, cuya culminación son dos explosiones atómicas sobre objetivos civiles, le ha dado, a la humanidad el poder de la vida y la muerte.

Marx constató que decir guerra es decir lucha de clases. Además de eso, nos parece saber que la guerra también estriba en la defectuosa repartición de los medios de existencia. La paz mundial se destaca ahora mismo como la única necesidad absoluta, y esa paz puede lograrse únicamente mediante una distribución justa de la riqueza entre todos los pueblos del mundo.

Este problema de la distribución del bienestar llamea en el fondo de todas las luchas y contradicciones políticas de nuestro tiempo. La solución del problema parece estar en una democratización consecuentemente realizada: una democratización a la que también puede llamársela socialismo, ese concepto seductor, o espantoso, dependiendo de quiénes seamos y de qué querramos decir con esa palabra. La democratización está aún en sus comienzos, todavía no está plenamente realizada en ningún lugar de la tierra. En Estados Unidos de América existe tan poca democracia como socialismo verdadero existe en la Unión Soviética.

- Lo que quiero decir con democratización es una sociedad que brinde posibilidades iguales a todos sus miembros, tanto en el plano económico como en el cultural, y que no fundamente su vida en el sometimiento de otras naciones.

La necesidad de una democratización de ese tipo es inminente. Corremos un riesgo enorme de que los defectos de la democratización provoque la indiferencia o la repugnancia ante la democracia como método. Porque no es sólo repugnante, sino sumamente peligroso, que se le atribuyan valores democráticos y del mundo libre a dictaduras y fuerzas abiertamente fascistas. ¿Cuál es la democracia, qué clase de mundo libre es el que se expresa en la contra nicaragüense, en Suráfrica, en Honduras o en el Chile de Pinochet? Es allí donde la democracia, aun en su sentido más elemental, sufre su derrota diaria para humillación de todos nosotros. Al mismo tiempo, el neofascismo crece cada vez más en ciertas partes de Europa y avanza hacia nuevas combinaciones de poder, mientras las naciones comunistas, con mal oculta alegría y probablemente con temor creciente, observan este desarrollo.

Tenemos entonces que asir las circunstancias reales con más rotundidad que nunca, sin detenernos ante formalidades establecidas ni calificativos insinuantes. Todos sabemos demasiado bien que la posibilidad formal de ejercer el derecho de voto en elecciones públicas no garantiza ni remotamente la democracia. Todos conocemos las trampas inherentes a la distribución de mandatos y los diferentes valores del voto. Vemos claramente cómo los partidos, mecanizados, no dan a sus electores ninguna posibilidad de elección verdadera. A esto tiene que añadírsele la propaganda de los grupos detentadores del poder económico, que hacen ilusoria la elección libre.

Otro obstáculo para la democratización verdadera es la cerrazón en un anticomunismo fanático, ese instrumento incondicional de la reacción y la rigidez índiferenciadora para frenar el pensamiento independiente, exponer a la persecución cualquier expresión de radicalismo social y representar el mentiroso cuadro de un mundo en blanco y negro.El concepto anti es de por sí traicionero, incluso tratándose del antifascismo (esto quedó demostrado con el colapso de los movimientos de liberación en Europa tras la Segunda Guerra Mundial). Las negaciones nunca son suficientes, no basta estar en contra de algo. Es imprescindible tener objetivos propios para poder vencer con éxito los objetivos de los demás.

Definición de libertad

Sufrimos también de una falsa propaganda de libertad, que la romantizan para que sea nihilista y antisocial y se comporte irresponsablemente, usando sin consideración alguna las posibilidades de la sociedad para provecho propio. Tenemos que encontrar una nueva definición de libertad. La libertad verdadera tiene que ponerse en relación con la justicia.

Son dos los sistemas económicos enfrentándose en el mundo de hoy. Dos bloques de poder económico armados hasta el delirio para una guerra atómica global. Sus diferencias ideológicas son de un significado relativamente menor; las diferencias morales son aún más pequeñas.

Lo que ya desde ahora podríamos hacer es contribuir a esa nivelación económica global apartándonos voluntariamente de nuestras ventajas como seres privilegiados, no continuar viviendo en la cumbre de lo que no es más que una montaña de seres expoliados. Hay que poner fin al método de dar una limosna con una mano' en medio de grandes trompetazos publicitarios, mientras con la otra, en el mayor de los silencios, robamos muchas veces lo donado.

El grillete

La verdadera ayuda tiene que componerse de contribuciones que le permitan al afectado ayudarse a sí mismo, sin dejarle como por descuido el grillete del endeudamiento. También para nosotros esto podría entrañar la salvación: contribuir al desmantelamiento de las injusticias que, sin merecerlo, han elevado a la luz a nuestra parte del mundo.

Creo que este tipo de acción tendría una repercusión interna muy difícil de calibrar. Nuestro incipiente desgano, nuestra saturación, tienen quizá que ver con la mala conciencia que tenemos para con otras partes de la humanidad. Haciendo un aporte a otros pueblos probablemente podremos salir de la apendicitis de nuestra propia infalibilidad vencer nuestra indiferencia y liberarnos del absurdo ajetreo de la busca de opulencia y de la opresión de las necesidades falsas. Cambiar el mundo de esta manera es nuestra misión común. Y aquí es donde a un trabajador especial como el escritor le es posible hacer una contribución, en su calidad de intermediario entre la realidad y la fantasía.

El País

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