"No soy niño, aunque parezco niño,
sino más viejo que Saturno. Yo soy Amor, anterior al tiempo todo. A ti te
conozco de muy atrás, cuando, zagalón todavía, guardabas tu rebaño en el llano
de la laguna. Yo estaba a la vera tuya siempre que tocabas la flauta bajo los
chopos, enemorado de Amarilis. Tú no me veías por más que yo solía ponerme
cerca de la zagala. Al cabo te la dí, y de ella te nacieron hijos, que son
valientes vaqueros y labradores. En el día cuido, como pastor, de Dafnis y de
Cloe; y después que los reuno al rayar el alba, me vengo a tu huerto, me
divierto con tus plantas y flores, y me baño en sus fuentes. Por eso flores y
plantas están lozanas y hermosas, regadas con el agua de mi baño. Mira cómo no
hay rama alguna deshojada, ni fruta arrancada o caída, ni arbolillo sacado de
cuajo, ni fuente turbia".
[...]
Entonces, dijo Filetas, noté que tenía
alas en las espaldas, y entre las alas un arco, y luego no ví nada de esto, ni
a él tampoco le ví. Ahora bién, si no he vivido en balde, y si con la edad no
he llegado a perder el juicio, yo os declaro, hijos míos, que estáis
consagrados a Amor y que Amor cuida de vosotros.
En grande se holgaron ellos, Dafnis y
Cloe, como si oyeran un cuento, y no un sucedido, y preguntaron quién era el
tal Amor, si era niño o pájaro, y qué poder tenía. De nuevo habló así Filetas:
Dios, hijos míos, es Amor, jóven, hermoso y volátil, por lo cual se complace en
la mocedad, apetece y busca la hermosura y hace que broten alas en el alma.
Tanto puede, que Júpiter no puede más; dispone de los gérmenes de donde todo
nace, reina sobre los astros y manda más en los dioses, sus compañeros, que en
cabras y ovejas vosotros.
[...]
Yo ví al toro en celo, siguió hablando
Filetas, y bramaba como picado del tábano; yo ví al macho enamorado de la
cabra, y por todas partes la seguía. Yo mismo, cuando mozo, amaba a Amarilis, y
ni me acordaba de la comida, ni tomaba de beber, ni me entregaba al sueño. Me
dolía el alma, me daba brincos el corazón y mi cuerpo languidecía; ya callaba
como muerto; a veces me arrojaba al río para apagar el fuego en que me quemaba;
a veces pedía socorro a Pan, porque amó a Pitis; elogiaba a Eco, porque despues
de mí llamaba a Amarilis, o rompía mi flauta, porque atraía a las vacas, y a mi
Amarilis no la traía. Ello es que no hay remedio para Amor; ni filtro, ni
ensalmo, ni manjar con hechizo; no hay más que beso, abrazo y acostarse juntos
desnudos.
Filetas, después que los hubo
adoctrinado, se fue, recibiendo de ellos algunos quesos y un chivo, al que
asomaban ya los pitones. No bien ellos se quedaron solos y oido entonces el
nombre de Amor por vez primera, se apesadumbraron más, y de vuelta a sus chozas,
comparaban lo que sentían a lo que el viejo había referido.
Padecen los amantes, decían, y
padecemos nosotros; no cuidan de sí mismos, como nosotros nos descuidamos; no
logran dormir, y nosotros tampoco dormimos; se diría que arden, e identico fuego
nos abrasa; desean verse, y para vernos ansiamos que llegue el día. Esto de
juro es amor y somos amados, ¿qué falta? ¿Qué nos aflige? ¿Para qué nos
buscamos?
Tomemos los remedios de que Filetas
hablaba: besos, abrazos y acostarse juntos desnudos. Es cierto que hace mucho
frío, pero le sufriremos, a fín de tomar el último remedio. Así se repasaban
ambos de noche la lección que Filetas les había dado.
Fragmento de la novela pastoril Dafnis
y Cloe.
Autor: Longo; Mitilene, (Lesbos), siglo
II d. d. C.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por dedicarle tu tiempo a mi blog! Espero que la entrada te haya gustado y no dudes en dejar tu opinión en un comentario ♥ (Por favor no dejes spam)