El poeta
francés en lengua provenzal Frédéric Mistral es considerado uno de los más
destacados poetas del siglo XIX de su país. Reconocido por sus poemas épicos,
es aún más reverenciado por su dedicación de toda una vida a documentar y
preservar la lengua provenzal del sureste de Francia. La ‘langue d’oc’ que
hablaban sus padres y en la que escribió una obra meridional y mediterránea que
emergió del largo dominio del romanticismo.
Mistral
nació el 8 de septiembre de 1830, en el Mas du Juge, Maillane, Bocas del Ródano,
a medio camino entre Aviñón y Arles. Hijo del segundo matrimonio de un
terrateniente acomodado, que al enviudar se volvió a casar a los 53 años.
Estudió en el Collège Royal de Avignon, donde obtuvo el título de bachiller en
1847 y cuatro años más tarde se licenció en Derecho en la Universidad de
Aix-en-Provence. En su etapa de estudiante conoció a Joseph Roumanille, un
profesor que también escribía en provenzal y que reforzó la convicción de
Mistral de trabajar en el renacimiento de su lengua materna.
El 21 de
mayo de 1854, Mistral y Roumanille, junto a un
reducido grupo de poetas y escritores, fundaron la Sociedad del
Felibrige, dedicada al uso y preservación de la lengua de oc. El grupo publicó
una revista anual, Armana Prouvençau , y Mistral se dedicó durante las dos siguientes décadas a
la enorme tarea –lingüística y lexicográfica– de compilar un diccionario
provenzal-francés, El Tesoro del Felibrige , que terminó en 1878 y fue
publicado en varios volúmenes entre 1880 y 1886. Además de documentar diversos
dialectos de la lengua de oc, el
diccionario contiene cuentos populares locales, así como escritos sobre la
cultura, el folklore y las tradiciones de la región.
Compaginando
su trabajo en el diccionario, fue creando su obra poética. En 1859 publicó
Mireia, poema épico rural, que le proporcionó reconocimiento mundial. Calendau,
en 1867, fue una historia cargada de simbolismo contra la tiranía y con una
tenue reivindicación federalista, de la que pronto abjuró. Abandonada su obra
más política, el poeta se instaló en la tradición católica, menospreció el
progreso social y se refugió en el lirismo del paisaje, de las costumbres y de
la vuelta a un idealizado mundo rural. De esa época destacan, entre otras obras,
Nerto (1884), la tragedia La reina Juana (1890) y El poema del Ródano (1897).
En 1904,
Mistral creó el museo Arlaten. Ese mismo año, su magna tarea de poeta y
compilador de la lengua provenzal fue reconocida con el premio Nobel de
Literatura, que compartió con el dramaturgo José Echegaray –primer español en
obtenerlo. Dedicó sus ganancias por el premio a la ampliación de su museo en
Arles.
Al año
siguiente publicó Mis orígenes, Memorias y relatos. Su último volumen de
poesía, Lis Oulivado, vio la luz en 1912. Frederic Mistral murió en su casa de
Maillane, el 25 de marzo de 1914. Fue enterrado en el pequeño cementerio local.
Frederic
Mistral y Catalunya
Mistral
estableció contactos con los poetas catalanes de la Renaixença, movimiento
paralelo a la recuperación del provenzal. El mismo año de la publicación de
Mireia, 1859, en los reinstaurados primeros Jocs Florals de Barcelona se
ensalzó la obra. En los Jocs de 1862, fue leído su mensaje I troubaire catalan.
Mireia fue traducida al catalán por Pelayo Briz en 1864. La adaptación teatral,
dirigida por Ambrosio Carrión, se estrenó en el teatro Romea en 1917. Ese mismo
año, la poetisa mallorquina Maria Antònia Salvà realizó una traducción
soberbia, que fue recuperada hace diez años, con motivo del centenario de la
concesión del Nobel.
En 1868,
el poeta visitó Barcelona, invitado por Víctor Balaguer con el que había
estrechado amistad con ocasión del destierro político de éste en Francia. En su
visita a la Ciudad Condal conoció al joven Jacint Verdaguer, al que alentó en
su obra. Los poemas Amors d’En Jordi i Na Guideta, muestran la influencia del
autor occitano.
Mistral
fue uno de los poetas más venerados en Catalunya, tanto por la reivindicación
de la lengua propia como por los lazos culturales compartidos con la Provenza.
Su huella entre los catalanes fue profunda, sobre todo hasta los años treinta,
y el nombre de su heroína –su Mireio, nuestra Mireia- se convirtió en un nombre
tradicional y habitual en el Principat.
Con
motivo de su fallecimiento, el Ayuntamiento de Barcelona envió una
representación a su entierro y cuando en 1930 se celebró el centenario de su
nacimiento, la ciudad le dedicó una avenida que lleva su nombre y le erigió un
monumento en el parque de Montjuïc.
La Vanguardia
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