sábado, 13 de julio de 2019

Frédéric Mistral, el patriarca de Provenza


El poeta francés en lengua provenzal Frédéric Mistral es considerado uno de los más destacados poetas del siglo XIX de su país. Reconocido por sus poemas épicos, es aún más reverenciado por su dedicación de toda una vida a documentar y preservar la lengua provenzal del sureste de Francia. La ‘langue d’oc’ que hablaban sus padres y en la que escribió una obra meridional y mediterránea que emergió del largo dominio del romanticismo.


Mistral nació el 8 de septiembre de 1830, en el Mas du Juge, Maillane, Bocas del Ródano, a medio camino entre Aviñón y Arles. Hijo del segundo matrimonio de un terrateniente acomodado, que al enviudar se volvió a casar a los 53 años. Estudió en el Collège Royal de Avignon, donde obtuvo el título de bachiller en 1847 y cuatro años más tarde se licenció en Derecho en la Universidad de Aix-en-Provence. En su etapa de estudiante conoció a Joseph Roumanille, un profesor que también escribía en provenzal y que reforzó la convicción de Mistral de trabajar en el renacimiento de su lengua materna. 


El 21 de mayo de 1854, Mistral y Roumanille, junto a un  reducido grupo de poetas y escritores, fundaron la Sociedad del Felibrige, dedicada al uso y preservación de la lengua de oc. El grupo publicó una revista anual, Armana Prouvençau , y Mistral se  dedicó durante las dos siguientes décadas a la enorme tarea –lingüística y lexicográfica– de compilar un diccionario provenzal-francés, El Tesoro del Felibrige , que terminó en 1878 y fue publicado en varios volúmenes entre 1880 y 1886. Además de documentar diversos dialectos de la lengua de oc,  el diccionario contiene cuentos populares locales, así como escritos sobre la cultura, el folklore y las tradiciones de la región.

Compaginando su trabajo en el diccionario, fue creando su obra poética. En 1859 publicó Mireia, poema épico rural, que le proporcionó reconocimiento mundial. Calendau, en 1867, fue una historia cargada de simbolismo contra la tiranía y con una tenue reivindicación federalista, de la que pronto abjuró. Abandonada su obra más política, el poeta se instaló en la tradición católica, menospreció el progreso social y se refugió en el lirismo del paisaje, de las costumbres y de la vuelta a un idealizado mundo rural. De esa época destacan, entre otras obras, Nerto (1884), la tragedia La reina Juana (1890) y El poema del Ródano (1897).


En 1904, Mistral creó el museo Arlaten. Ese mismo año, su magna tarea de poeta y compilador de la lengua provenzal fue reconocida con el premio Nobel de Literatura, que compartió con el dramaturgo José Echegaray –primer español en obtenerlo. Dedicó sus ganancias por el premio a la ampliación de su museo en Arles.

Al año siguiente publicó Mis orígenes, Memorias y relatos. Su último volumen de poesía, Lis Oulivado, vio la luz en 1912. Frederic Mistral murió en su casa de Maillane, el 25 de marzo de 1914. Fue enterrado en el pequeño cementerio local.


Frederic Mistral y Catalunya

Mistral estableció contactos con los poetas catalanes de la Renaixença, movimiento paralelo a la recuperación del provenzal. El mismo año de la publicación de Mireia, 1859, en los reinstaurados primeros Jocs Florals de Barcelona se ensalzó la obra. En los Jocs de 1862, fue leído su mensaje I troubaire catalan. Mireia fue traducida al catalán por Pelayo Briz en 1864. La adaptación teatral, dirigida por Ambrosio Carrión, se estrenó en el teatro Romea en 1917. Ese mismo año, la poetisa mallorquina Maria Antònia Salvà realizó una traducción soberbia, que fue recuperada hace diez años, con motivo del centenario de la concesión del Nobel.


En 1868, el poeta visitó Barcelona, invitado por Víctor Balaguer con el que había estrechado amistad con ocasión del destierro político de éste en Francia. En su visita a la Ciudad Condal conoció al joven Jacint Verdaguer, al que alentó en su obra. Los poemas Amors d’En Jordi i Na Guideta, muestran la influencia del autor occitano.

Mistral fue uno de los poetas más venerados en Catalunya, tanto por la reivindicación de la lengua propia como por los lazos culturales compartidos con la Provenza. Su huella entre los catalanes fue profunda, sobre todo hasta los años treinta, y el nombre de su heroína –su Mireio, nuestra Mireia- se convirtió en un nombre tradicional y habitual en el Principat.

Con motivo de su fallecimiento, el Ayuntamiento de Barcelona envió una representación a su entierro y cuando en 1930 se celebró el centenario de su nacimiento, la ciudad le dedicó una avenida que lleva su nombre y le erigió un monumento en el parque de Montjuïc.

La Vanguardia 

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