viernes, 21 de junio de 2019

Lo que convirtió a Mario en Vargas Llosa


No había cumplido los diez años cuando una mañana su madre le confesó que su padre no estaba muerto. “Vamos a encontrarnos con él”, le dijo. El hombre al que llevaba rezando cada noche durante años de repente aparecía en un hotel de Piura, donde ellos vivían con su familia materna. Y no sólo eso, se los llevaba inmediatamente a Lima. Ese hombre era Ernesto Vargas y convertiría, a base de fuerza, a aquel pequeño Mario en el gran escritor peruano del siglo XX. En el autor de La ciudad y los perros, el libro que abrió la puerta al boom latinoamericano.

 Él, que había vivido una infancia fácil, en una casa grande, con tíos y abuelos alabando cada uno de sus pasos, cada una de sus palabras, se encontró con un hombre cruel y violento, que intentó quitarle ese aura de ingenuidad. Lo veía torpe y débil. La relación entre ambos era tan mala, que como bien narra él mismo en el documental Mario y los perros, que se estrena el próximo 26 de junio y que nos muestra cómo el escritor peruano llega a ser quien es, en cuanto le escuchaba llegar por las noches se metía rápidamente en la cama, “incluso vestido”, para no tener que verlo.

Allí comenzó a leer, o a hacerlo más compulsivamente. Encontró en Julio Verne un lugar donde escapar. “Yo me sentía muy solo y esa soledad la combatía leyendo”, asegura. Esa necesidad de evadirse de un mundo que le resulta áspero y difícil fue a más cuando Manuel Odría Amoretti llegó al poder tras el golpe militar de 1948, lo que llevó a su padre a meterlo en el colegio Leoncio Prado.

“Yo no estaba preparado para ese sistema disciplinario. Teníamos 13-14 años, una edad complicada, y te encuentras bajo una educación militar, muy disciplinaria”, explica. Allí, tal y como se muestra en este documental, además de la rigidez educativa se topó con golpes e insultos. También con Víctor Hugo. Vargas Llosa recuerda a Los miserables, como esa obra supuso su entrada en Dumas y Los tres mosqueteros y en otros autores franceses que provocaron en él la necesidad de aprender su idioma. Además, comenzó a escribir.

“Allí encontré mi primer trabajo como escritor”, recuerda. Sus compañeros le pedían cartas de amor para las chicas que le gustaban y también algún que otro texto semierótico. Como dice uno de los analistas del documental, “allí él fue capaz de descubrir la textura del Perú”. Algo que le serviría para sus personajes, para sus narraciones y para su concepto del país. Además de para tener claro que allí no quería estar.

Llegó el verano y aprovechó las vacaciones para entrar a formar parte de la redacción de La Crónica y se metió de lleno en los sucesos. De asesinatos de prostitutas a indigentes… Vio por primera vez su firma en un periódico, leyó a Jean-Paul Sartre y empezó a interesarse por la política. Jamás volvió al colegio militar, sino que al empezar el curso apareció en Piura, donde vivió con su tío Lucho y su tía Olga hasta que acabó el colegio y comenzó en la Universidad Nacional de San Marcos.

Casi al mismo tiempo, mientras en la universidad sus ideas políticas se enraizaban cada día más, aparecía en Piura, Julia Urquidi. La hermana de su tía Olga llegó a la ciudad en busca de una vida mejor. Tenía 10 años más que Vargas Llosa, se casaron en secreto al poco tiempo. Él 19, ella 29. Les dieron igual los rumores, la diferencia de edad, el nexo familiar… Pasaron los siguientes 11 años juntos.

Fue ella la que le apoyaría a pedir una beca para estudiar en Madrid. Sería con ella con la que llegaría a España en 1958. Con la que se encontraría con una ciudad que seguía arrastrando el espíritu de la posguerra, gris y cuya cultura vivía sometida a la censura. Pero sería allí, en El Jute, una cafetería pegada al Retiro, donde comenzaría a escribir su primera novela, la que hoy todos conocemos como La ciudad y los perros. Dedicó aquel año sólo a montar a los personajes y a contarle a su gran amigo Abelardo Oquendo cómo iba progresando. Se puede ver en las cartas que le envía sus subidas y bajadas de ánimo. Las ganas de dejarlo, las ganas de seguir con más fuerza.

El final de la beca le pilló en un buen momento y Julia y él decidieron vender los pasajes de vuelta a Perú e irse a París. A la ciudad donde Vargas Llosa siempre había querido estar y en la que estaba seguro era mucho más fácil triunfar como escritor. Fue en noviembre de 1959, los siguiente meses fueron dramáticos. Casi les echan del hotel donde se hospedaban por impago, no les quedaba dinero, comían en comedores de estudiantes porque eran muy baratos y Mario recogía periódicos usados que luego vendía al peso. Julia se puso enferma y hubo que pagar una clínica. Hasta tuvieron que participar de extras en una obra de René Clair.

Pero la suerte les cambió cuando Vargas Llosa gana un pequeño premio literario por su primer libro de cuentos. Consiguen algo de dinero y, sobre todo, el decide pegarle un buen empujón a su novela. Se mudan a un apartamento en el distrito 6 de París (donde pasaría junto a ellos seis meses la madre del Che Guevara) y en enero de 1962 consigue terminar La ciudad y los perros.
Al releerla se siente defraudado. Era la historia de su época en el colegio militar y ahora le resulta de “una extensión que espantaría a cualquier editorial”. Pero llama, escribe y pide favores. No quiere ver morir su obra en su mesilla de noche. Las contestaciones son siempre negativas.

Hasta que la novela llega a Barcelona, a las manos de Carlos Barral. El editor no dudo ni un momento, le fascinó y se reunió con el peruano a los pocos días. Vargas Llosa no sabía cómo iba a conseguir publicar su novela en España, con la censura. Y él ideó un plan. La presentarían al Premio Biblioteca Breve y lo ganaría y así no podrían prohibirla.

La primera parte salió bien. El 2 de diciembre de 1962 le informaron de que había obtenido el premio pero en febrero, antes de su publicación, les llegaba la noticia: se prohibía la difusión de la obra. Pero Barral, que ya se conocía de sobra la situación, se presentó en el despacho de Robles Piquer. A la media hora ya habían llegado a un acuerdo, se modificaron algunas frases pero de tan solo 7 párrafos y al poco tiempo ya estaba en las librerías.

Se convirtió en un auténtico fenómeno literario. En España 25.000 ejemplares, se tradujo a decenas de idiomas, llegó a latinoamérica con fuerza. Vargas Llosa, Vargas Llosa, Vargas Llosa. Su nombre en todos los periódicos, en todas las revistas culturales, en la radio, en la televisión. Detrás de él entraron todos los demás. Fue La ciudad y los perros la que abrió las puertas al boom latinoamericano. A esos chicos que se largaron de sus país y consiguieron ser reconocidos cuando, como aseguraría Cortázar, no conocían a nadie que les pudiese ayudar.

Fue, como confiesa tanto él como sus amigos, la relación convulsa con su padre la que le convertiría en escritor.

El Independiente | Loreto Sánchez Seoane

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