No había cumplido los diez años cuando una mañana su madre le
confesó que su padre no estaba muerto. “Vamos a encontrarnos con él”, le dijo.
El hombre al que llevaba rezando cada noche durante años de repente aparecía en
un hotel de Piura, donde ellos vivían con su familia materna. Y no sólo eso, se
los llevaba inmediatamente a Lima. Ese hombre era Ernesto Vargas y convertiría,
a base de fuerza, a aquel pequeño Mario en el gran escritor peruano del siglo
XX. En el autor de La ciudad y los perros, el libro que abrió la puerta al boom
latinoamericano.
Allí comenzó a leer, o a hacerlo más compulsivamente. Encontró
en Julio Verne un lugar donde escapar. “Yo me sentía muy solo y esa soledad la
combatía leyendo”, asegura. Esa necesidad de evadirse de un mundo que le
resulta áspero y difícil fue a más cuando Manuel Odría Amoretti llegó al poder
tras el golpe militar de 1948, lo que llevó a su padre a meterlo en el colegio
Leoncio Prado.
“Yo no estaba preparado para ese sistema disciplinario.
Teníamos 13-14 años, una edad complicada, y te encuentras bajo una educación
militar, muy disciplinaria”, explica. Allí, tal y como se muestra en este
documental, además de la rigidez educativa se topó con golpes e insultos.
También con Víctor Hugo. Vargas Llosa recuerda a Los miserables, como esa obra
supuso su entrada en Dumas y Los tres mosqueteros y en otros autores franceses
que provocaron en él la necesidad de aprender su idioma. Además, comenzó a
escribir.
“Allí encontré mi primer trabajo como escritor”, recuerda. Sus
compañeros le pedían cartas de amor para las chicas que le gustaban y también
algún que otro texto semierótico. Como dice uno de los analistas del
documental, “allí él fue capaz de descubrir la textura del Perú”. Algo que le
serviría para sus personajes, para sus narraciones y para su concepto del país.
Además de para tener claro que allí no quería estar.
Llegó el verano y aprovechó las vacaciones para entrar a
formar parte de la redacción de La Crónica y se metió de lleno en los sucesos.
De asesinatos de prostitutas a indigentes… Vio por primera vez su firma en un
periódico, leyó a Jean-Paul Sartre y empezó a interesarse por la política.
Jamás volvió al colegio militar, sino que al empezar el curso apareció en
Piura, donde vivió con su tío Lucho y su tía Olga hasta que acabó el colegio y
comenzó en la Universidad Nacional de San Marcos.
Casi al mismo tiempo, mientras en la universidad sus ideas
políticas se enraizaban cada día más, aparecía en Piura, Julia Urquidi. La
hermana de su tía Olga llegó a la ciudad en busca de una vida mejor. Tenía 10
años más que Vargas Llosa, se casaron en secreto al poco tiempo. Él 19, ella
29. Les dieron igual los rumores, la diferencia de edad, el nexo familiar…
Pasaron los siguientes 11 años juntos.
Fue ella la que le apoyaría a pedir una beca para estudiar en
Madrid. Sería con ella con la que llegaría a España en 1958. Con la que se
encontraría con una ciudad que seguía arrastrando el espíritu de la posguerra,
gris y cuya cultura vivía sometida a la censura. Pero sería allí, en El Jute,
una cafetería pegada al Retiro, donde comenzaría a escribir su primera novela,
la que hoy todos conocemos como La ciudad y los perros. Dedicó aquel año sólo a
montar a los personajes y a contarle a su gran amigo Abelardo Oquendo cómo iba
progresando. Se puede ver en las cartas que le envía sus subidas y bajadas de
ánimo. Las ganas de dejarlo, las ganas de seguir con más fuerza.
El final de la beca le pilló en un buen momento y Julia y él
decidieron vender los pasajes de vuelta a Perú e irse a París. A la ciudad
donde Vargas Llosa siempre había querido estar y en la que estaba seguro era
mucho más fácil triunfar como escritor. Fue en noviembre de 1959, los siguiente
meses fueron dramáticos. Casi les echan del hotel donde se hospedaban por
impago, no les quedaba dinero, comían en comedores de estudiantes porque eran
muy baratos y Mario recogía periódicos usados que luego vendía al peso. Julia
se puso enferma y hubo que pagar una clínica. Hasta tuvieron que participar de
extras en una obra de René Clair.
Pero la suerte les cambió cuando Vargas Llosa gana un pequeño
premio literario por su primer libro de cuentos. Consiguen algo de dinero y,
sobre todo, el decide pegarle un buen empujón a su novela. Se mudan a un
apartamento en el distrito 6 de París (donde pasaría junto a ellos seis meses
la madre del Che Guevara) y en enero de 1962 consigue terminar La ciudad y los
perros.
Al releerla se siente defraudado. Era la historia de su época
en el colegio militar y ahora le resulta de “una extensión que espantaría a
cualquier editorial”. Pero llama, escribe y pide favores. No quiere ver morir
su obra en su mesilla de noche. Las contestaciones son siempre negativas.
Hasta que la novela llega a Barcelona, a las manos de Carlos
Barral. El editor no dudo ni un momento, le fascinó y se reunió con el peruano
a los pocos días. Vargas Llosa no sabía cómo iba a conseguir publicar su novela
en España, con la censura. Y él ideó un plan. La presentarían al Premio
Biblioteca Breve y lo ganaría y así no podrían prohibirla.
La primera parte salió bien. El 2 de diciembre de 1962 le
informaron de que había obtenido el premio pero en febrero, antes de su publicación,
les llegaba la noticia: se prohibía la difusión de la obra. Pero Barral, que ya
se conocía de sobra la situación, se presentó en el despacho de Robles Piquer.
A la media hora ya habían llegado a un acuerdo, se modificaron algunas frases
pero de tan solo 7 párrafos y al poco tiempo ya estaba en las librerías.
Se convirtió en un auténtico fenómeno literario. En España
25.000 ejemplares, se tradujo a decenas de idiomas, llegó a latinoamérica con
fuerza. Vargas Llosa, Vargas Llosa, Vargas Llosa. Su nombre en todos los
periódicos, en todas las revistas culturales, en la radio, en la televisión.
Detrás de él entraron todos los demás. Fue La ciudad y los perros la que abrió
las puertas al boom latinoamericano. A esos chicos que se largaron de sus país
y consiguieron ser reconocidos cuando, como aseguraría Cortázar, no conocían a
nadie que les pudiese ayudar.
Fue, como confiesa tanto él como sus amigos, la relación
convulsa con su padre la que le convertiría en escritor.
El Independiente | Loreto Sánchez Seoane
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