Una entrevista al escritor peruano en
1984 comenzó una acalorada discusión epistolar con su par uruguayo.
“Intelectuales condicionados”, fue el primer golpe del autor de “Los cachorros”
en lo que serían tres rounds en donde ambos defienden su posición política.
El innegable talento demostrado por
Mario Vargas Llosa y (el fallecido) Mario Benedetti en sus novelas, ensayos y
artículos periodísticos, así como la extraordinaria difusión alcanzada por sus
libros, han generado y generan todavía una razonable expectativa ante cada uno
de sus comentarios y opiniones, aun cuando no se limiten al campo específico de
la literatura.
Así lo evidencia una discusión entre
ambos, desde una entrevista y cuatro misivas recogidas por medios como Panorama
de Italia y El País de España, fechadas entre enero y junio de 1984.
Acá una selección de algunos de los
mejores pasajes de una de las buenas peleas literarias que dio el boom
latinoamericano.
Round
1: condicionados como el perro de Pavlov
El 9 de abril de 1984,
el autor de La tregua publicó en El País la columna “Ni corruptos ni contentos”
en donde increpa al escritor peruano: “Desde 1960 a la fecha, Vargas Llosa ha
efectuado un viraje espectacular en sus predilecciones políticas”, comienza
diciendo, “y si bien siempre se ha esforzado en demostrar que su desvelo
especial es la libertad, lo cierto es que hace 15 años era entusiastamente
apoyado por las izquierdas latinoamericanas, y hoy en cambio es halagado y
arropado por las derechas”, remarca.
“Son señales a tener en
cuenta”, advierte el escritor uruguayo: “Las izquierdas suelen equivocarse en
sus fervores; las derechas, casi nunca”.
Benedetti replicó a
Vargas Llosa a raíz de una entrevista publicada por la revista romana Panorama,
el 2 de enero de 1984. “‘Corruptos y contentos’ titula Valerio Riva a toda
página el artículo en cuestión, sintetizando así el diagnóstico de su ilustre
interlocutor acerca de sus colegas latinoamericanos. Solo menciona tres
excepciones (aclara que ‘hay que buscarlas con lupa’): Octavio Paz, Jorge
Edwards y Ernesto Sábato, pero tengo mis dudas de que este último se sienta
halagado por integrar la terna”, escribe el uruguayo.
“Entre los
intelectuales europeos de izquierda ha tenido lugar un saludable
replanteamiento, pero en América Latina la mayoría baila aún obedeciendo a reflejos
condicionados, como el perro de Pavlov”, reclamaba Vargas Llosa desde la
entrevista con Panorama.
Cuando el periodista le
pregunta quiénes son esos “intelectuales condicionados”, el peruano responde:
“Gabriel García Márquez, Mario Benedetti y Julio Cortázar”.
“Estos son los más
ilustres”, puntualiza, “pero luego hay un número infinito de intelectuales
medianos y menores, todos perfectamente manipulados, subordinados, corruptos.
Corruptos por el reflejo condicionado del miedo de afrontar el mecanismo de
satanización que posee la extrema izquierda”.
Luego sigue: “En los
países del Tercer Mundo y sobre todo en América Latina, el intelectual es un
elemento fundamental del subdesarrollo. No es alguien que lucha contra el
subdesarrollo, ya que es un gran propagador de estereotipos y crea reflejos
intelectuales condicionados. Al repetir todos los lugares comunes de la
propaganda, termina por obstruir cualquier posibilidad de creación de nuevas
fórmulas de liberación”.
Un
clinch: “Difícil imaginar que Carpentier o Neruda resulten más culpables de
nuestras miserias que la United Fruit o la Anaconda Copper Mining”
Benedetti, en su
respuesta, señala: “Tengo la impresión de que la teoría de los reflejos
condicionados ha ido condicionando a Vargas Llosa. Gracias a Pavlov sabemos
ahora que el subdesarrollo no es una consecuencia del desarrollado y
subdesarrollante imperialismo, ni de las intocables transnacionales, ni del
extendido analfabetismo, sino del alfabetizado y maligno intelectual”.
“Toda una revelación,
aunque nos sea difícil imaginar que Carpentier o Neruda resulten más culpables
de nuestras miserias que la United Fruit o la Anaconda Copper Mining”, agrega.
Luego añade: “A un
intelectual del alto rango artístico de Vargas Llosa debe exigírsele una mínima
seriedad en los planteos políticos, particularmente cuando estos ponen en
entredicho la probidad de sus colegas”.
Según Benedetti,
“hablar de ‘corruptos y contentos’ en una región del mundo en la que hay tantos
intelectuales perseguidos, prohibidos, exiliados; donde hay por lo menos 28
poetas (incluido su compatriota Javier Heraud) que perdieron la vida por causas
políticas; un continente que ha conocido el holocausto de Rodolfo Walsh,
Haroldo Conti, Paco Urondo; la desaparición de Julio Castro; el asesinato de
Roque Dalton e Ibero Gutiérrez; la prisión de Carlos Quijano y Juan Carlos
Onetti; la tortura de Mauricio Rosencof y la muerte heroica de Leonel Rugama;
hablar de corruptos y contentos en ese marco de discriminación y de riesgo, de
amenazas y de crimen es, por lo menos, una actitud insoportablemente frívola”.
“Confieso que, en el
fondo, esta ráfaga de agravios, esta virulenta ofensiva que Vargas Llosa dedica
a aquellos intelectuales que no comparten sus ideas, me decepciona bastante”,
escribe Benedetti antes del cierre: “Hace tiempo que nos hemos resignado a que
no esté con nosotros, en nuestra trinchera, sino con ellos, en la de enfrente,
pero en cambio no podemos resignarnos a que, por diferencias ideológicas o
amparado quizá en las dispensas de la fama, recurra al golpe bajo, al juego
ilícito, para reforzar sus respetables argumentos. Afortunadamente, la obra de
Vargas Llosa está netamente situada a la izquierda de su autor, y seguirá
siendo leída con fruición por los zombis, los robots y los perros de Pavlov”.
Round
dos: “El heroísmo no resulta siempre de la lucidez, muchas veces es hijo del
fanatismo”
El 14 de junio de 1984,
Mario Vargas Llosa recogió el guante y contraatacó con una nueva columna
titulada “Entre tocayos”, publicada en El País.
Allí dice: “Hay una
extraordinaria paradoja en que la misma persona que, en la poesía o la novela,
ha mostrado audacia y libertad, aptitud para romper con la tradición, las
convenciones y renovar raigalmente las formas, los mitos y el lenguaje, sea
capaz de un desconcertante conformismo en el dominio ideológico, en el que, con
prudencia, timidez, docilidad, no vacila en hacer suyos o respaldar con su
prestigio los dogmas más dudosos e incluso las meras consignas de la
propaganda”.
“Examinemos el caso de
los dos grandes creadores que Benedetti menciona”, invita Vargas Llosa.
“Tengo a la poesía de
Neruda por la más rica y liberadora que se ha escrito en castellano en este
siglo, una poesía tan vasta como es la pintura de Picasso, un firmamento en el
que hay misterio, maravilla, simplicidad y complejidad extremas, realismo y
surrealismo, lírica y épica, intuición y razón y una sabiduría artesanal tan
grande como capacidad de invención. ¿Cómo pudo ser la misma persona que
revolucionó de este modo la poesía de la lengua el disciplinado militante que
escribió poemas en loor de Stalin y a quien todos los crímenes del estalinismo
—las purgas, los campos, los juicios fraguados, las matanzas, la esclerosis del
marxismo— no produjeron la menor turbación ética, ninguno de los conflictos y
dilemas en que sumieron a tantos artistas?”, escribe el peruano.
Según el hombre de La
ciudad y los perros, “toda la dimensión política de la obra de Neruda se
resiente del mismo esquematismo conformista de su militancia. No hubo en él
duplicidad moral: su visión del mundo, como político y como escritor era
maniquea y dogmática. Gracias a Neruda, incontables latinoamericanos
descubrimos la poesía; gracias a él —su influencia fue gigantesca—,
innumerables jóvenes llegaron a creer que la manera más digna de combatir las
iniquidades del imperialismo y de la reacción era oponiéndoles la ortodoxia
estalinista”.
“El caso de Alejo
Carpentier no es el de Neruda. Sus elegantes ficciones encierran una concepción
profundamente escéptica y pesimista de la historia, son bellas parábolas, de
refinada erudición y artificiosa palabra, sobre la futilidad de las empresas
humanas (…) Pero, ¿qué lección de moral política dio a sus lectores latinoamericano
este gran escritor? La de un respetuoso funcionario de la revolución que, en su
cargo diplomático de París, abdicó enteramente de la facultad, no digamos de
criticar, sino de pensar políticamente. Pues todo cuanto dijo, hizo o escribió
en este campo, desde 1959, no fue opinar —lo que significa arriesgarse,
inventar, correr el albur del acierto o el error—, sino repetir beatamente los
dictados del Gobierno al que servía”, argumenta Vargas Llosa.
Luego agrega que “en
América Latina, un escritor no es solo un escritor. Debido a la naturaleza
terrible de nuestros problemas, a una tradición muy arraigada, al hecho de que
contamos con tribunas y modos de hacernos escuchar, es también alguien de quien
se espera una contribución activa en la solución de los problemas”.
Vargas Llosa explica
que tanto Neruda como Carpentier “no parecen haber cumplido aquella función
cívica como cumplieron la artística”.
“Mi reproche, a ellos y
a quienes, como lo hicieron ellos, creen que la responsabilidad de un intelectual
de izquierda consiste en ponerse al servicio incondicional de un partido o un
régimen de esta etiqueta, no es que fueran comunistas. Es que lo fueran de una
manera indigna de un escritor: sin reelaborar por cuenta propia, cotejándolos
con los hechos, las ideas, anatemas, estereotipos o consignas que promocionan;
que lo fueran sin imaginación y sin espíritu crítico, abdicando del primer
deber del intelectual: ser libre”, agrega.
“Muchos intelectuales
latinoamericanos han renunciado a las ideas y a la originalidad riesgosa, y por
eso entre nosotros el debate político suele ser tan pobre: invectiva y clisé.
Que haya acaso entre los escritores latinoamericanos una mayoría en esta
actitud parece confortar a Mario Benedetti y darle la sensación del triunfo”,
reclama el peruano.
Según el autor de
Conversación en La Catedral, “Benedetti cita a un buen número de poetas y
escritores asesinados, encarcelados y torturados por las dictaduras
latinoamericanas (es significativo de lo que trato de decir que olvide mencionar
a un solo cubano, como si no hubieran pasado escritores por las cárceles de la
isla y no hubiera decenas de intelectuales de ese país en el exilio. De otro
lado, por descuido, coloca a Roque Dalton entre los mártires del imperialismo:
en verdad, lo fue del sectarismo, ya que lo asesinaron sus propios camaradas)”.
“El heroísmo no resulta
siempre de la lucidez, muchas veces es hijo del fanatismo”, añade.
Luego culmina diciendo
que “el problema no está en la brutalidad de nuestras dictaduras, sobre lo que
Benedetti y yo coincidimos, así como en la necesidad de acabar con ellas cuanto
antes. El problema es: ¿con qué las reemplazamos?, ¿con Gobiernos democráticos,
como yo quisiera?, ¿o con otras dictaduras, como la cubana, que él defiende?”.
Round
tres: “el Gobierno revolucionario no ha matado a ningún escritor”
Cuatro días más tarde,
Mario Benedetti volvió a responder a Vargas Llosa con nuevos argumentos.
“Creo que ya somos
bastante maduros como para alimentar la ilusión de que los argumentos de uno
vayan a conmover las convicciones del otro, y viceversa”, comienza esgrimiendo.
Luego añade: “Nuestra
mayor e irremediable diferencia está en que Vargas Llosa entiende que cualquier
escritor latinoamericano que hoy apoye revoluciones como la cubana o la
nicaragüense no lo hace libremente y por convicción, sino por ‘un
desconcertante conformismo en el dominio ideológico’”.
“Personalmente, tengo
mejor opinión de mis colegas”, dice Benedetti, “y sin perjuicio de que pueda
existir algún sectario u obsecuente, creo que la gran mayoría de escritores
latinoamericanos que han apoyado y apoyan esas revoluciones lo hacen por propia
decisión y no por corrupción, ni por cinismo, ni por oportunismo”, agrega.
Según Benedetti: “Eso
es lo que me conforta, y no, como dice Vargas Llosa, el que los intelectuales
hayan renunciado a las ideas y a la originalidad riesgosa. Justamente porque no
han renunciado a sus ideas y a sus riesgos es que frecuentemente son víctimas
de formas de represión (cárcel, torturas, destierro, negación de visados,
amenazas, etc.) que él, afortunadamente, no ha sufrido”.
“Por otra parte, al
retomar mi mención de Neruda, Vargas Llosa habla exclusivamente de sus ‘poemas
en loor de Stalin’, y no de sus autocríticas a ese respecto, que constan en
Memorial de isla Negra y también en sus memorias. Aunque con rumbos ideológicos
contrarios, la evolución de Neruda acerca de Stalin siguió un proceso bastante
similar al de Vargas Llosa con respecto a Cuba. Solo que él juzga su propio
cambio como un signo de libertad, y, en cambio, el de Neruda ni siquiera lo
menciona”, argumenta.
Luego sigue: “Vargas
Llosa me reprocha que, al citar ‘a un buen número de poetas y escritores
asesinados, encarcelados y torturados por las dictaduras latinoamericanas’,
olvide mencionar a uno solo cubano y, en cambio, por descuido, coloque a Roque
Dalton ‘entre los mártires del imperialismo: en verdad, lo fue del sectarismo,
ya que lo asesinaron sus propios camaradas’. En realidad, yo hablo de 28 poetas
‘que perdieron la vida por razones políticas’ y no incluyo al poeta salvadoreño
‘entre los mártires del imperialismo’”.
“A mayor abundamiento,
le recuerdo que en mi antología Poesía trunca (publicada en La Habana y en
Madrid), que incluye a esos 28 poetas, digo textualmente al hablar de Roque
Dalton: ‘Enrolado en el Ejército Revolucionario del Pueblo, organización
salvadoreña, regresó clandestinamente a su patria, y el 10 de mayo de 1975 fue
asesinado en su país por una pequeña fracción ultraizquierdista de esa misma
organización’”, señala el uruguayo. “Por otra parte, en esa antología figuran
cinco poetas cubanos, todos ellos asesinados por la dictadura de Batista, ya
que, como es obvio, el Gobierno revolucionario no ha matado a ningún escritor”.
Diez,
nueve, ocho…: “El enemigo no es exactamente la URSS, sino, definitivamente,
EEUU”
Benedetti puntualiza
que cuando dice “nosotros” se refiere a quienes defienden las revoluciones
latinoamericanas, “y pese a sus carencias y
eventuales errores, las
consideramos fundamentales y fundacionales para la liberación de nuestros pueblos.
Cuando digo ‘ellos’ me refiero a quienes indiscriminadamente las acosan,
renuncian a comprenderlas y contribuyen a bloquearlas con su desinformación. No
solo los ‘neofascistas’ y las ‘alimañas’ ejercen esa tarea; también los
‘reaccionarios de izquierda’, que no faltan”, agrega.
“Es obvio que a mi
tocayo ya no lo seducen las revoluciones”, sugiere el uruguayo, “más bien
reclama que las reformas, aun las más radicales, ‘se hagan a través de
Gobiernos nacidos de elecciones’. (La memoria de Salvador Allende y los
archivos de la CIA podrían aportar algo a este respecto). Eso, por supuesto,
excluye a todas las revoluciones que en el mundo han sido, desde la francesa a
la soviética, desde la mexicana a la argelina, desde la cubana a la
nicaragüense. Quizá mi tocayo haya olvidado que aun la revolución
norteamericana debió esperar 13 años desde la declaración de independencia
hasta la elección y asunción de su primer presidente constitucional. La
exigencia electoral de Vargas Llosa incluye, en cambio, a gobernantes como
Somoza, Stroessner y otras ‘alimañas’ que nunca olvidaron ese requisito formal.
Y también comprende a El Salvador, en cuyos recientes comicios la exclusión de
la izquierda, según Vargas Llosa, ‘limita, pero no invalida el proceso’”.
“O sea, que hay
democracia semántica para todos los gustos”, concluye.
Benedetti zanja la
discusión con dos ideas.
Primero: “Concuerdo con
mi tocayo en que a ambos nos gustan las novelas largas, pero, en cambio, no
estoy tan seguro de que nos pongamos de acuerdo sobre las razones y el color de
la injusticia. Lo demás es (efectivamente) literatura, aunque sea tan buena
como la de Mario Vargas Llosa”.
Y por último: “Creo que
para el proceso de liberación económica, social y política de América Latina,
el enemigo no es exactamente la URSS, sino, definitivamente, Estados Unidos.
(En una reciente encuesta europea, el pueblo español opinó en el mismo
sentido). Hasta ahora, al menos, todos los bloqueos, invasiones,
adiestramientos de torturadores, campañas de esterilización e intereses
leoninos, que sufren nuestros países, no provienen de la Unión Soviética, sino
de Estados Unidos. De modo que también en las alertas hay prioridades”.
* Foto portada: reunión
del Comité de Colaboración de Casa de las Américas, 1971.
Felipe Ojeda | http://culto.latercera.com
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