viernes, 19 de abril de 2019

¿Por qué se pelearon Gabo y Vargas Llosa?



La pelea entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, dos de los escritores latinoamericanos más importantes de la historia, es una de las anécdotas sobre la que más discuten los círculos culturales del continente. Se sabe que se fueron a los puños –aunque más bien fue Vargas Llosa quien le dejó el ojo morado a Gabo de un derechazo– en un teatro de Ciudad de México en 1976 y algunos especulan que fue por un lío en el que estuvo involucrada Patricia, la esposa del peruano.



También se sabe que a partir de ese momento los dos premios Nobel de literatura, que habían sido grandes amigos e incluso fueron vecinos cuando estuvieron en Barcelona, nunca volvieron a hablarse. Pero nada más. Desde entonces, la pelea entre los dos gigantes ha estado rodeada de mitos que, en algunas ocasiones, ellos mismos se encargaron de mantener. “Que investiguen los historiadores”, respondió alguna vez Vargas Llosa cuando le preguntaron por las razones del desencuentro.

Desde entonces, el peruano había evitado hablar largo y tendido sobre García Márquez. Se había referido a él en algunas ocasiones, pero nunca volvió a recordar las épocas de amistad, las anécdotas entre ambos ni su asombró con Cien años de soledad, que en su momento consideró la segunda obra más importante para la literatura hispana después de El Quijote -tanto que escribió Historia de un deicidio, un libro que analiza la importancia del gran libro de Gabo-.

Pero ese silencio terminó el miércoles 5 de julio del 2017. El Nobel peruano hablo con el ensayista Carlos Granés durante una hora sobre su amistad con Gabo para uno de los cursos de verano que la Universidad Complutense organiza durante la época de vacaciones. La charla fue en la sede de esa institución que está en San Lorenzo del Escorial, un municipio español ubicado a 47 kilómetros de Madrid.

El diario El País, de Madrid, estuvo presente en la charla y le dedico un artículo completo. Según este, durante la conversación, Vargas Llosa no habló sobre la pelea ni a las razones que la causaron y cuando Granés tocó el tema superficialmente al preguntarle si se habían vuelto a ver en alguna ocasión, solo respondió (con una sonrisa en la cara): “No (…) Entramos en terrenos peligrosos. Es hora de poner fin a esta conversación”.

Otro dato curioso es que el peruano solo se refirió al colombiano como Gabo en una ocasión, cuando estaba reproduciendo una conversación exacta. Pero a pesar de esa distancia, Vargas Llosa recordó que cuando se conocieron, los unió la devoción por William Faulkner, el hecho de ser dos latinoamericanos vagando por Europa, el haber sido criados por sus abuelos maternos y el tener en común una relación conflictiva con sus respectivos padres. Según el peruano, Gabo era tímido y huraño en público, pero locuaz y divertido en la esfera privada.

Sobre el tema de Cuba y la relación entre Gabo y Fidel Castro –otro de los temas que distanció a los escritores a mediados de los años setenta–, Vargas Llosa dijo que cuando se conocieron Gabo no era tan entusiasta por la revolución cubana, como él: “Siempre fue discreto al respecto, pero ya había sido purgado por el Partido Comunista cuando trabajaba en Prensa Latina junto a su amigo Plinio Apuleyo (…) Yo creo que tenía un sentido práctico de la vida y sabía que era mejor estar con Cuba que contra Cuba. Así se libró del baño de mugre que cayó sobre los que fuimos críticos con la evolución de la revolución hacia el comunismo desde sus primeras posiciones, que eran más socialistas y liberales”.

Al hablar de Cien años de soledad, Vargas Llosa recordó cómo el libro de Gabo lo deslumbró. “Pensé que por fin América Latina tenía su novela de caballerías, una narración en la que primaba lo imaginario sin que desapareciera el sustrato real. Tiene además la virtud de pocas obras maestras: la capacidad de atraer a un lector exigente preocupado por el lenguaje y, a la vez, a un lector elemental que solo sigue la anécdota”. También dijo que, para él, la novela más floja de Gabo es El otoño del patriarca. “Parece una caricatura de García Márquez, la novela de alguien que se está imitando a sí mismo”.

Al final, cuando Granés le preguntó cómo había recibido la noticia de su muerte dijo que con pena: “Como la muerte de Cortázar o de Carlos Fuentes. No solo eran grandes escritores sino que fueron grandes amigos. Descubrir que soy el último de esa generación es algo triste”. Vargas Llosa, autor de obras como La ciudad y los perros o La fiesta del Chivo, tiene 82 años y es el sobreviviente del llamado Boom latinoamericano, como se le conoce al movimiento de escritores que cambiaron las letras en español a mediados de los años sesenta y setenta.

semana.com



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