La pelea entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas
Llosa, dos de los escritores latinoamericanos más importantes de la historia,
es una de las anécdotas sobre la que más discuten los círculos culturales del
continente. Se sabe que se fueron a los puños –aunque más bien fue Vargas Llosa
quien le dejó el ojo morado a Gabo de un derechazo– en un teatro de Ciudad de
México en 1976 y algunos especulan que fue por un lío en el que estuvo
involucrada Patricia, la esposa del peruano.
También se sabe que a partir de ese momento los dos
premios Nobel de literatura, que habían sido grandes amigos e incluso fueron
vecinos cuando estuvieron en Barcelona, nunca volvieron a hablarse. Pero nada
más. Desde entonces, la pelea entre los dos gigantes ha estado rodeada de mitos
que, en algunas ocasiones, ellos mismos se encargaron de mantener. “Que
investiguen los historiadores”, respondió alguna vez Vargas Llosa cuando le
preguntaron por las razones del desencuentro.
Desde entonces, el peruano había evitado hablar largo
y tendido sobre García Márquez. Se había referido a él en algunas ocasiones,
pero nunca volvió a recordar las épocas de amistad, las anécdotas entre ambos
ni su asombró con Cien años de soledad, que en su momento consideró la segunda
obra más importante para la literatura hispana después de El Quijote -tanto que
escribió Historia de un deicidio, un libro que analiza la importancia del gran
libro de Gabo-.
Pero ese silencio terminó el miércoles 5 de julio del
2017. El Nobel peruano hablo con el ensayista Carlos Granés durante una hora
sobre su amistad con Gabo para uno de los cursos de verano que la Universidad
Complutense organiza durante la época de vacaciones. La charla fue en la sede
de esa institución que está en San Lorenzo del Escorial, un municipio español
ubicado a 47 kilómetros de Madrid.
El diario El País, de Madrid, estuvo presente en la
charla y le dedico un artículo completo. Según este, durante la conversación,
Vargas Llosa no habló sobre la pelea ni a las razones que la causaron y cuando
Granés tocó el tema superficialmente al preguntarle si se habían vuelto a ver
en alguna ocasión, solo respondió (con una sonrisa en la cara): “No (…)
Entramos en terrenos peligrosos. Es hora de poner fin a esta conversación”.
Otro dato curioso es que el peruano solo se refirió al
colombiano como Gabo en una ocasión, cuando estaba reproduciendo una
conversación exacta. Pero a pesar de esa distancia, Vargas Llosa recordó que
cuando se conocieron, los unió la devoción por William Faulkner, el hecho de
ser dos latinoamericanos vagando por Europa, el haber sido criados por sus
abuelos maternos y el tener en común una relación conflictiva con sus
respectivos padres. Según el peruano, Gabo era tímido y huraño en público, pero
locuaz y divertido en la esfera privada.
Sobre el tema de Cuba y la relación entre Gabo y Fidel
Castro –otro de los temas que distanció a los escritores a mediados de los años
setenta–, Vargas Llosa dijo que cuando se conocieron Gabo no era tan entusiasta
por la revolución cubana, como él: “Siempre fue discreto al respecto, pero ya
había sido purgado por el Partido Comunista cuando trabajaba en Prensa Latina
junto a su amigo Plinio Apuleyo (…) Yo creo que tenía un sentido práctico de la
vida y sabía que era mejor estar con Cuba que contra Cuba. Así se libró del
baño de mugre que cayó sobre los que fuimos críticos con la evolución de la
revolución hacia el comunismo desde sus primeras posiciones, que eran más
socialistas y liberales”.
Al hablar de Cien años de soledad, Vargas Llosa
recordó cómo el libro de Gabo lo deslumbró. “Pensé que por fin América Latina
tenía su novela de caballerías, una narración en la que primaba lo imaginario
sin que desapareciera el sustrato real. Tiene además la virtud de pocas obras
maestras: la capacidad de atraer a un lector exigente preocupado por el
lenguaje y, a la vez, a un lector elemental que solo sigue la anécdota”.
También dijo que, para él, la novela más floja de Gabo es El otoño del
patriarca. “Parece una caricatura de García Márquez, la novela de alguien que se
está imitando a sí mismo”.
Al final, cuando Granés le preguntó cómo había
recibido la noticia de su muerte dijo que con pena: “Como la muerte de Cortázar
o de Carlos Fuentes. No solo eran grandes escritores sino que fueron grandes
amigos. Descubrir que soy el último de esa generación es algo triste”. Vargas
Llosa, autor de obras como La ciudad y los perros o La fiesta del Chivo, tiene
82 años y es el sobreviviente del llamado Boom latinoamericano, como se le
conoce al movimiento de escritores que cambiaron las letras en español a
mediados de los años sesenta y setenta.
semana.com
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