Hay grandísimos escritores que han reflejado el alma, el
corazón y la vida de la sociedad en la que viven. En sus páginas, se asoman las
luces y casi siempre las sombras del dolor, de la pobreza, del desconsuelo, del
devenir de los seres humanos, y de las crueles e injustas sociedades en las que
sobreviven. Ahí está, para qué le vamos a dar más vueltas, Dostoievski, por
citar uno solo entre los más grandes, y su reflejo demoledor de la vida
victoriana.
Otros recrean mundos imaginarios repletos de poesía y de
resonancias mágicas, donde los hombres se aman, se abrazan, mueren y se buscan
la vida, o ver cómo ésa vida es un diluvio permanente, como es el caso de
García Márquez y su delicioso Macondo de diluvios y vallenatos.
Pero otros viajan a mundos que no necesariamente están en
este, pero que muy bien podrían estar. Mundos que nos acechan, que nos cercan,
que nos hacen pensar sobre si los seres humanos estamos solos en esta Tierra o
más allá de nuestra geografía y de nuestra mente, otros seres, por llamarles de
alguna manera, nos espían, trastornan nuestras realidades y nos enseñan que dos
y dos no son cuatro, como nos enseñan el raciocinio y la cultura tradicional.
Estos escritores viven en el más allá, y esto no es una frase
hecha.
Niño prodigio
Éste es el caso de Howard Phillips Lovecraft (20 de agosto de
1890, Providence, 15 de marzo de 1937, también Providence)
Conocido como H. P. Lovecraft, fue un hombre (aunque hasta él
tenía serias dudas sobre ello) más que especial; vamos, que era algo «rarito».
A los dos años recitaba poesía y a los tres ya sabía leer, de modo y manera que
a los seis empezó a escribir sus primeros relatos y a los ocho ya se había
leído los centenares y centenares de libros de la biblioteca de su abuelo
materno, que se encargó de la educación del pequeño Howard tras la temprana
muerte de su padre. La educación del muchacho fue primorosa, mayormente porque
no tuvo que soportar los rigores de un colegio, ya que la alcurnia orgullosa de
su madre no quería que se mezclase con niños «pobres», y sus enfermedades
llevaran a que fuera educado en casa de forma casi autodidacta.
Fue, evidentemente, un niño prodigio, aunque bastante
peculiar. Le gustaban las cuevas, los lugares umbríos, las arboledas perdidas.
A los dieciséis años ya era columnista de un periódico de Providence, editaba
varias revistas y ya sabía de todo: de ocultismo, de ciencias, de astronomía y
astrología, de bellas artes, de arquitectura...
Lovecraft escribió novelas, relatos, poesía y fue siempre un
hombre solitario, que la mayor parte de su vida vivió de las rentas familiares,
y cuando estas se acabaron pasó bastantes apuros económicos.
Metidos ya en harinas literarias, Lovecraft fue un auténtico
renovador del cuento de terror, al que sumó, entre otras innovadoras
maravillas, una mitología propia (los mitos de Cthulhu), y su obra es definida
por los críticos y estudiosos como «un clásico del horror cósmico, una
corriente que se aparta de la temática tradicional del terror sobrenatural
(satanismo, fantasmas), incorporando elementos de ciencia ficción (razas
alienígenas, viajes en el tiempo, existencia de otras dimensiones).
Según uno de los máximos expertos en la obra de Lovecraft,
Rafael Llopis, «educado en un santo temor al género humano (exceptuando de éste
a las “buenas familias” de origen anglosajón), creía que nadie es capaz de
comprender ni de amar a nadie y se sentía un extranjero en su patria. Para él
“el pensamiento humano", es quizá el espectáculo más divertido y más
desalentador del globo terráqueo».
Siempre al límite
Para la revista «The Penguin Encyclopedia of Horror and the
Supernatural», «algunos han criticado sus obras por su estilo ampuloso, repleto
de adjetivos, pero la armonía y el equilibrio en sus mejores cuentos justifican
plenamente esa práctica como deliberada. Se formó a conciencia en este género
apropiándose de sus recursos, manipulándolos a su antojo y llevándolos al
límite con convincente facilidad. Lovecraft dedicó gran atención a la estética
de la literatura de terror, como atestiguan numerosos pasajes de sus cartas».
En el ensayo «El horror sobrenatural en la literatura» (1927) se dice que «representa una exposición
competente de los principios del relato sobrenatural, demostrando un dominio
exhaustivo de la materia. En él trató de definir el atractivo peculiar de la
historia de terror, en la que debe haber presente una cierta atmósfera de
mortal terror inesperado a fuerzas exteriores desconocidas, y describió la
evolución de la novela gótica a través de las obras (de Walpole, Radcliffe,
Lewis y Maturin)».
Para el popular Stephen King, maestro del terror
contemporáneo, en su estudio «Danza macabra» se explica que «Lovecraft es el
príncipe oscuro y barroco de la historia del horror del siglo XX».
Su vida, sin embargo, no fue fácil. A pesar de sus
matrimonios, fallidos, vivió aislado, entregado a sus particularísimos mundos
literarios y personales propios, casi extravagantes, entregado a la creación y
a la degustación y disfrute de mundos paralelos que no siempre coinciden con el
nuestro.
Murió de un cáncer de intestino el 15 de marzo de 1937.
Su obra es venerada hoy por miles y miles de seguidores…
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