Elena Poniatowska está
sentada en el estrado, soberbia. Sólo mira al auditorio que murmura. Lleva el
cabello cano, un collar de perlas y va vestida de negro. En sus manos sostiene el
discurso que, en unos momentos más, comenzará a leer. Rompe el silencio y dice:
«Volveré a nacer, germinaré a través de mi pluma. Voy a poner en el papel mis recuerdos, los retazos de sueños que me asedian dormido, y la escritura será una nueva travesía, una fuga que me permita recorrer el mundo sin importar el destino de mis huesos».
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