miércoles, 16 de febrero de 2022

Marx sobre el amor: una ontología del ser social

 


Marx durante su corta vida analizó y escribió sobre numerosos temas: económico, político, filosófico, sociológico o antropológico, etc. Los sentimientos, emociones, deseos y anhelos del hombre social, también fueron tema de reflexión para este revolucionario.

El amor en la sociedad moderna, se presenta muchas veces como formulación abstracta, mística o divina; ideal, ahistórica, cargada de un romanticismo individualista y egoísta. Esta apreciación del amor, presente en amplios sectores de la sociedad permea también a cierto sector crítico o de izquierda. En particular para el estalinismo, el amor es “algo meramente subjetivo, y por ende sin importancia”, una “ideología burguesa más” a la cual hay que combatir. Esta postura no-crítica ante al amor, los sentimientos, las emociones, la corporalidad, lleva a desarmar a la clase trabajadora en la comprensión de su “yo” y del “otro”, pues anula los atributos ontológicos que constituyen al ser humano como ser social.

La primera actitud —en términos teóricos— a tomar, es comprender al amor como un fenómeno social que tiene manifestaciones corporales, sensitivas y emotivas concretas e históricamente determinadas por la sociedad en las que se presentan. De este primer acercamiento, el marxismo ha hecho importantes aportes, desde Friedrich Engels hasta marxistas como Alexandra Kollontai.

El amor como un proceso real sensitivo

Marx junto con Engels en 1845, escriben “La sagrada familia” con el subtítulo “Crítica de la crítica crítica”. En este libro junto con Engels emprenderá distintas discusiones con los representantes de la “quietud del conocer”, la “Crítica crítica”, los hegelianos de izquierda. En esta etapa de juventud se dará el proceso de ruptura con el idealismo alemán, por lo que la concepción del amor de Marx no aparecerá en un Marx "hegeliano", sino en el Marx que funda su crítica sobre bases materiales e históricas.

El capítulo IV permitirá ver explícitamente su concepción del amor. Para ello Marx

denunciará de los hegelianos de izquierda, una dificultad en la capacidad de sentir, expresar y analizar los fenómenos de la vida mundana: las emociones y los sentimientos. Esta dificultad no será menor si comprendemos la larga tradición sobre la que Hegel erigió su poderoso sistema intelectual, de la cual los jóvenes discípulos abrevaban para crear sus respectivos sistemas en un intento de “superar” al maestro, de los cuales el único que realmente pudo romper con esta tradición fue el mismo Marx.

Esta tradición se funda en la negación de la vida cotidiana, de la que todos pueden opinar y de la cual la verdad no puede brotar. Sería el filósofo griego Platón, el primero en formular sistemáticamente la negación de este mundo material mundano. Más tarde, en la Edad moderna, Rene Descartes profundizará este desprecio del mundo cotidiano, partirá del alma, de la interioridad del “yo pienso” para negar la exterioridad y la facticidad de los sentidos; es decir el mundo, la historia quedan hechos una hoja suelta en el aire de la abstralidad, y el cuerpo una “máquina” extraña al alma. [1]

El idealismo Alemán, no participará en la comprensión existencial del ser; si bien tanto en Kant como en Hegel, el punto de partida será la facticidad (lo concreto), lo harán para negarlo y para nunca regresar. El primero negará la imposibilidad de conocer la cosa en sí (el noúmeno, la realidad); el segundo, llevará a la conciencia hasta el horizonte del absoluto como espíritu. Una subjetividad absoluta, “una subjetividad que concibe y sabe la objetividad como subjetividad, como un mundo objetivo cuyo fundamento interno y consistencia real es el concepto, una subjetividad pues, cuya plenitud es sólo la conceptualización de sí misma, un ser objeto de sí mismo”. [2]

Es esta poderosa tradición de la filosofía alemana y europea con la que Engels y Marx romperán. Esta pesada herencia llevará a los contemporáneos intelectuales de estos revolucionarios a comprender el amor en términos negativos, como parte de las pasiones y sentimientos que terminan por degradar el “conocimiento puro”, la “ética pura”, la “razón pura”:

El amor saca de quicio a la quietud del conocer; no se contenta siquiera con convertir al hombre en la categoría de "objeto” para el otro ser humano, sino que lo convierte incluso en un objeto determinado y real, en este objeto individual malo (...), externo, no sólo en un objeto interior, que permanece dentro del cerebro, sino en un objeto que se manifiesta por medio de los sentidos. [3] (subrayado nuestro).

El amor para la “quietud del conocer” será una pasión abstracta que nubla el juicio y la razón, a la que hay que combatir, y no únicamente al amor, “sino todo lo vivo, todo lo inmediato, toda experiencia sensible y, en general, toda experiencia real…”.

Esta “crítica crítica”, no elude las trampas del pensamiento burgués por más que busque un refugio en la lejana “exterioridad” de la sociedad. Intentando criticar al amor, parten de una concepción burguesa del amor, y por ende, romántica sin siquiera intuirlo. Así anota Marx esta crítica.

Finalmente el amor convierte al hombre, incluso (para la Crítica crítica), en "este objeto externo de la reacción afectiva” de otro hombre, en el objeto sobre el que éste trata de satisfacer su sentimiento egoísta; sentimiento egoísta, porque busca su propia esencia en el otro hombre, y esto no debe ser. La Crítica crítica se halla tan libre de todo egoísmo, que para ella toda la extensión de la esencia humana se reduce a su propio yo. [4]

Son estas concepciones las que llevarán a estos intelectuales a asumir una actitud teórica contemplativa, emancipada de la realidad, ajena a la actividad práctica sensitiva, transformadora, revolucionaria. A estas posturas, Marx apunta en la Sagrada familia que el amor es un atributo del hombre, “que ocurre en el mundo de los sentidos y entre individuos reales”.

Esta polémica no es casual, Marx ya había desarrollado varios elementos durante su exilio en Francia, apuntará en los Cuadernos de París que los sentimientos y las pasiones constituyen una ontología del ser humano, una forma de relacionarse que va más allá de los cinco sentidos. Los “sentido espirituales”, como el amor, la amistad, son parte de “la sensibilidad humana, la humanidad de los sentidos”, esta humanización de la naturaleza corpórea —y también de la naturaleza como naturaleza— son gracias a la existencia del otro como objetivación humana. [5]

Marx recupera —intelectual y políticamente— para el hombre de carne y hueso lo que la Edad moderna le había negado, la capacidad sensitiva, afectiva y espiritual, pues el amor es parte de su naturaleza sensitiva. Pero va más lejos este joven, el amor de Marx no cede al amor egoísta burgués, pues en su concepción hay una alteridad, la existencia del otro y de la correspondencia del amor. Es así como podemos leer entonces que:

Mientras ames sin conseguir correspondencia; es decir, mientras tu amor no suscite como tal una respuesta amorosa, mientras no consigas que la expresión de tu vida amorosa te convierta a ti mismo en un hombre amado, tu amor es un fracaso, una desgracia. [6]

El marxismo vulgar estaliniano, reduce ontológicamente el ser social a un solo atributo: el trabajo; mientras que el pensamiento burgués reduce toda la capacidad sensitiva del ser humano real a un único sentido, el sentido de tener, de poseer: “todos los sentidos físicos y mentales han sido sustituidos por su simple y llana enajenación, el sentido del tener."

El amor como actividad enajenada en el capitalismo

Marx despoja al amor de la metafísica y del misticismo religioso que el idealismo alemán y la sociedad burguesa había cernido sobre ella. Una vez comprendido y “recuperado” la capacidad sensitiva y afectiva para las grandes mayorías, para la clase trabajadora, es como podemos avanzar ahora de lo “abstracto a lo concreto”, es decir pasar de la dimensión ontológica a la dimensión histórica.

El amor, al igual que el hombre, tienen diferentes expresiones según la fase histórica que estemos atravesando. El amor en la sociedad burguesa contemporánea, entrará como actividad enajenada y enajenante. El amor al igual que el trabajo es parte ontológica del ser humano, también pueden expresar una capacidad creativa y productiva, y en el marco de la sociedad capitalista, también ─si se nos permite la expresión─ de explotabilidad. Esto lo tiene muy claro el Marx de 1848 cuando escribe el Manifiesto: “La burguesía ha arrancado su velo sentimentalmente emotivo a las relaciones familiares y las ha reducido a meras relaciones dineradas.” [7]

Pero el amor no solamente será tratado por el joven Marx. Entre 1857 y 1867 trabajó en su obra cumbre, El Capital. La crítica del sistema de categorías de la economía política burguesa será el proyecto orientador de la principal investigación de esta época. Anteriormente habíamos atribuido al trabajo y al amor las características de creatividad y productividad, y por ende explotabilidad. Estas tres concepciones permiten comprender al amor y al trabajo como fuentes vivientes de energía, como fuentes de vida. La interpretación no es forzada, leemos que:

Al transformar el dinero en mercancías que sirven como materias formadoras de un nuevo producto o como factores del proceso laboral, al incorporar fuerza viva de trabajo a la objetividad muerta de los mismos, el capitalista transforma valor, trabajo pretérito, objetivado, muerto, en capital, en valor que se valoriza a sí mismo, en un monstruo animado que comienza a “trabajar” cual si tuviera dentro del cuerpo el amor. [8]

Marx hará “aparecer” el amor, en un periodo de madurez intelectual ─refutando cualquier forma de ruptura epistemológica entre el joven Marx y el maduro─, y no como una metáfora suelta o aislada. La fuerza de trabajo, la creatividad que provee el trabajo vivo (el trabajador) queda objetivada en la mercancía en forma de valor; toda mercancía tiene “sangre coagulada”, trabajo muerto objetivado. Entonces será en el proceso de producción capitalista donde el hombre será poco a poco despojado de su vida, mientras que por fuera del proceso de producción, en la vida en sociedad le será negada la experiencia humana sensitiva, el amor como amor, transformando el espacio familiar en un espacio de autopreservación, haciendo del acercamiento al amor un misterio, un “objeto” extraño que terminará fetichizado.

Trabajo y amor, o trabajo vivo y amor tienen una correspondencia en el pensamiento de Hegel. Los conceptos de “amor” y “vida” están en una unidad no diferenciada: “... únicamente en el amor somos unos con el objeto; aquí el objeto no domina ni está dominado.” [9] Este mismo pensador anotará que “se puede llamar espíritu a la vida infinita en oposición a la multiplicidad abstracta, puesto que espíritu es la unidad viviente de lo múltiple”. [10]

Cuando Marx escribe “cual si tuviera dentro del cuerpo el amor”, está apoyándose de la noción hegeliana de vida (leben) que tiene una identidad no diferenciada con el amor. En Hegel la vida encontraría su expresión en su filosofía de la religión, en Marx, la vida y el amor hallarían su lugar en el análisis de las relaciones sociales y en su crítica de la economía política moderna; “cual si tuviera dentro del cuerpo el amor”, pero no lo tiene, esta expresión hace explícita la exigencia sacrificial de vida del capital. El amor como la fuerza de trabajo, “sustancias sociales” ─que no existe empíricamente─ serán despojadas permanentemente del hombre social, del trabajo vivo.

La sociedad burguesa aportará el amor como un elemento universal, donde la posesión egoísta e individual quedará naturalizada en este concepto. Con el desarrollo del capitalismo, este será subsumido en las relaciones capitalistas. Ahora no será solo posesión y apropiación del otro para los deseos del uno, sino que esta práctica sensitiva y afectiva será orientada por el dinero, reducida a “meras relaciones dinerarias”. El amor burgués queda profanado por el capitalismo.

El amor que no logró ser descubierto del misticismo en la sociedad burguesa, [11] ahora pasará en el capitalismo como negación de sí. El amor será invertido, cosificado, enajenado, como todas las demás relaciones humanas. Así como las mercancías producidas por el hombre adquieren características subjetivas, el amor será fetichizado. Las cualidades ontológicas del ser social, como el trabajo o el amor han sido degradadas, abriendo al interior de la sociedad burguesa ilimitadas formas contradictorias de relacionarnos.

Hoy en día es más claro que el capitalismo destruye sus dos fuentes de riqueza, el hombre y la naturaleza. En la destrucción del hombre social, no solo se le destruye como el portador del trabajo vivo, sino que también se le destruye su capacidad humana sensitiva, se le destruye ontológicamente. Es por ello que luchar contra el capitalismo es recuperar las cualidades sociales —ontológicas— del ser humano que son diariamente negadas, es buscar construir la relación armónica quebrada entre el ser humano y la naturaleza, entre la corporalidad del yo y la exterioridad del otro. Tanto ayer, en 1844 o 1867, como hoy, decimos junto a Marx que “la supresión de la propiedad privada es, por tanto, la emancipación completa de todos los sentidos y propiedades humanas”. 


Onésimo Hernández | La Izquierda Diario

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NOTAS AL PIE

 

[1] Dussel, E. (1974). Método para una filosofía de la liberación. Salamanca: Ediciones Sígueme.

[2] Marcuse, H. Ontología de Hegel. Citado en Dussel, E. (1974). Método para una filosofía de la liberación. Salamanca: Ediciones Sígueme.

[3] Marx, K. y Engels F. (1958). La sagrada familia. México: Juan Grijalbo Editor. P. 86

[4] Ibidem. P. 87

[5] Marx, K. (2014) Cuadernos de París. Comp. España: GREDOS. P. 521

[6] Ibidem.PP. 547-548

[7] Marx, K. (2014). El manifiesto comunista. Comp. España: GREDOS. P. 584

[8] Marx, K. (2017). El Capital. Crítica de la economía política I. Madrid: Siglo XXI. P. 257

[9] Hegel, G. (1978). Escritos de juventud. México: FCE. P. 287

[10] Ibidem, p. 399

[11] Para comprender la referencia sobre el “misticismo del amor” léase Marx y Engels (1958). La sagrada familia… Op. Cit P. 129


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