lunes, 6 de diciembre de 2021

Henry Miller, el escritor que usaba su pene como un mendigo su gorra

 


Cuentan sus biógrafos que, cuando Henry Miller tuvo plena conciencia de su madurez sexual, a los 18 años, se dedicó de lleno a cultivar lo que se conoce como el "periodo atlético" de su vida. Hasta cumplir los 25, aquel joven de Nueva York que aún no había escrito nada, ni había conseguido un trabajo decente, ni tenía aspiraciones reales en la vida, por lo menos sí se lo había follado todo entre Brooklyn y Manhattan.

Hacía ejercicio, se musculaba, buscaba el equilibrio perfecto entre mente y polla, y tras descubrir el sexo con una mujer mayor que él -Paulina Chouteau, que por edad podría haber sido su madre-, se lanzó a la exploración de las grietas del placer. Dicen que podía fornicar tres o cuatro veces al día, y luego una más con su esposa, cuando llegaba a casa por la noche; ignoraba lo que era un gatillazo. Faltaban casi 15 años para que publicara Trópico de Cáncer, pero entre camastros chirriantes, vellos púbicos y sábanas con lamparones ya empezaba a construir en su mente lo que sería su obra maestra.

Uno de sus críticos más perspicaces y afines, Norman Mailer -discípulo de Miller en el cipotudismo y en lo volcánico de la prosa-, defiende que sólo con Trópico de Cáncer -a la que se podría sumar Primavera negra y Trópico de Capricornio, las novelas de los años 30- se le podría tener por el mayor prosista americano del siglo XX, por encima de Faulkner y a la par que Hemingway.

Sin embargo, el establishment literario, que no le concedió ningún premio importante ni le defendió como un maestro, nunca quiso rebatir la imagen popular que tenía Miller como autor de novelas pornográficas, algo que tampoco parece haber cambiado en la actualidad, 40 años después de su muerte. Evidentemente, el sexo escalona toda su obra, y sin embargo hay mucho más que sucias explosiones de semen en sus libros: hay una zambullida visceral en la existencia y un estilo que obliga a devorar las páginas a mordiscos. La moda literaria de la autoficción no nació ayer, precisamente.

La vida de Henry Miller está codificada en sus libros y gira alrededor del sexo, pero sobre todo de un misterio: qué es una mujer, cómo comprenderla, cómo entrar en ella física y mentalmente. Al parecer, el origen de su búsqueda estaba en su madre, a la que odiaba, lo que le llevó a que su primera amante fuera una mujer madura y que contrajera matrimonio con la primera joven predispuesta con la que se cruzó, una pianista de Nueva York llamada Beatrice Wickens, con la que tuvo a su primera hija, Barbara.

Pero este Miller freudiano, poseído por un furor sexual que ni Rocco, jamás pudo comprometerse con la idea de fidelidad o familia. Se casó varias veces -con Janina Lepska, Eve McClure y Hiroko Tokuda-, tuvo dos hijos más, pero el matrimonio que marcó verdaderamente su vida completa fue el segundo, con June Edith Smith, a quien recreó en su obra -especialmente en la trilogía de La crucifixión rosada- bajo el nombre clave de Mona.

 
La relación sexual entre Henry Miller y Anaïs Nin es uno de los capítulos más intensos de la biografía del novelista


June era una bailarina de music hall de un aura casi sobrenatural. "La mujer más bella de la tierra", dijo de ella Anaïs Nin, futura amante de Miller, en sus diarios. "Un rostro sorprendentemente blanco, ardientes ojos negros". June compartía la sexualidad tectónica de Miller, era la pareja perfecta para visitar lo que sus contemporáneos llamaron el País de la Jodienda, y la relación duró una década, la más importante de su vida personal y literaria.

Visitaron juntos París a finales de los 20 y más tarde, en 1930, él decidió volver solo, con diez dólares en el bolsillo -prestados por un amigo-, para intentar escribir algo valioso. Pero necesitaba el sexo: vivió a caballo entre pensiones, lechos de amantes y habitaciones prestadas por amigos, y usaba su pene como un mendigo lo haría con su gorra, para recolectar limosna a cambio de esperma. Fue su época Polla Loca, tal como la definió Mailer, especialmente mugrosa y miserable. Muchas veces vivía de los restos de comida que le daban sus amigos parisinos: la escritora Gertrude Stein, sin embargo, se negó a prestarle ayuda. "Tengo un instinto que me advierte cuando las personas me están utilizando o cuando realmente necesitan comer, y no puedo pensar en una situación en la que yo vaya a ayudar a Miller por desesperado que esté", dijo.

Aquella ayuda le llegaría de Anaïs Nin, joven escritora con contactos y mentalidad libertina que adoptó a Miller como amante y protegido literario, y que promovió también la publicación de Trópico de Cáncer, una novela semi-autobiográfica que puede leerse como un libro de confesiones de un follador en serie. Luego vino el reconocimiento en el underground literario justo cuando compaginaba su plenitud literaria con su declive sexual.

El segundo tramo de su vida, que se prolongó de 1950 a 1980, estuvo lleno de libros bellos, algo de dinero -aunque, descuidado, renunció a cobrar por desidia 40.000 dólares que tenía acumulados en Estados Unidos por derechos de autor- y la nostalgia de aquellos años de polvos homéricos. Leerle hoy es arriesgarse a que te llamen señoro, pero después de un párrafo de prosa incandescente de Miller son cosas que te resbalan.

Una amante con las mismas aptitudes

La relación sexual entre Henry Miller y Anaïs Nin es uno de los capítulos más intensos de la biografía del novelista, aunque para buscar detalles morbosos es preferible acudir a los diarios de ella -en los que documentó el inicio, el desarrollo y los detalles de una pasión fúlgida-, antes que en las novelas de él. No fue un romance al uso: Anaïs Nin llevaba una vida acomodada en París, se movía con soltura en los ambientes literarios y le consiguió editor a Miller, y en los años en los que June se unió a Henry en París la relación derivó en un trío en el que los tres vértices celebraban sus infidelidades conscientes. Anaïs también era una mujer casada: cuenta en sus diarios que su marido, el cineasta Hugh Guiler, dormía en la habitación de al lado mientras ella y Henry Miller, como diría Sharon Stone en 'Instinto básico', follaban como leones. Por otro lado, Anaïs confesó en sus diarios su momento más doloroso: un embarazo que se malogró espontáneamente a las pocas semanas.


Javier Blánquez|elmundo.es 

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